Desde que tengo uso de memoria, siempre se me han dado bien los números. Mi mente funcionaba a otro ritmo cuando el enunciado solicitaba un cálculo, estudiaba alguna magnitud física o analizaba el diseño espacial de un cuerpo. Todo parecía indicar lo mismo. La ingeniería comenzó siendo mi padre y sus chismes en la teoría, mi entusiasmo y carrera en la práctica.
El entusiasmo suele cobrar forma en proyectos, y en mi caso se materializó el progreso que siempre me había fascinado en distintas tecnologías y su aplicación a la sociedad. Un nuevo buscador de retos. O como a mí me gusta llamarlo, el arte de resolver problemas de la mano del ingenio.
‘La tecnología es el futuro, y con ella, vosotros nuestra mayor garantía’ solía decir el que posiblemente sea mi profesor favorito en lo que llevo de carrera. ‘Pero el progreso no se lleva bien con el conformismo. Y no hablo únicamente de vuestra media’. Posiblemente sus clases siempre eran de las que más llenas estaban. Irónicamente, era la asignatura más sencilla de aprobar de todo el cuatrimestre. Pero supongo que todos veíamos en el hombre que teníamos delante a cualquier cosa menos lo que siempre habíamos entendido por un ingeniero. Él funcionaba para la eterna olvidada de nuestro mundo, las humanidades.
Siempre fui el perfecto reflejo de aquel que huye de la filosofía o la historia, y de todo aquello que supone memorizar antes que resolver un problema mecánicamente. Cada uno termina por refugiarse donde se siente más cómodo. Mi círculo siempre ha compartido una zona de confort que más de una vez me ha hecho plantearme hasta qué punto ésta viene impuesta.
‘Me parece muy interesante, pero yo no sirvo para esas cosas. A mí se me dan mejor los números’.
Años después de iniciarme en el mundo de la oratoria, esta es por excelencia la frase que más escucho cuando alguien me pregunta por el tema. Supongo que, en general (y cada vez menos he de decir), se da por sentado que los números son cosa de los de números, así como las humanidades son cosa de los de humanidades.
Pero si esto realmente no es así, y desde el borde de mi zona de confort, ¿por qué los ingenieros necesitamos de un perfil humanístico? O en otras palabras, ¿por qué las cosas de los de humanidades en este caso, también son cosas de los de números?
Si el mundo está hecho regido por números, siempre estuvo hecho para las artes. Artes que en el fondo nacen de las personas y su necesidad de progreso. Lo que realmente hacía especial a aquel profesor era que siempre entendió esto. No era suficiente que fuésemos máquinas en lo nuestro si no éramos capaces de ponernos en funcionamiento para y a ojos del resto.
Las soluciones nunca han eliminado el problema si no consiguen ser entendidas. El problema viene cuando tu campo por sí sólo no es capaz de dar abasto con todo. Y en este caso, a día de hoy tampoco ha encontrado una solución clara, o al menos no ha llegado a donde debería. No sé bien dónde está el fallo, pero si algo tengo claro es que lo raro (o al menos no tan frecuente en el perfil de ingeniero) es concebir las humanidades como un complemento necesario para nosotros.
Cada vez más necesarias, estas vienen pisando fuerte. El mundo de los números se nos ha quedado pequeño. Las letras nos revuelven las ideas cada vez que salimos a la calle y sigue sin ser suficiente que sepamos numerarlas. Una idea no vale nada si no sabes cómo venderla. Un proyecto nunca servirá si no entiendes qué hace sin necesidad de saber seguir sus cálculos. Innovar siempre fue el reto y en efecto aquí tenemos un sobresaliente. La ciencia se ha convertido en algo sencillo para lo que siempre tuvimos respuesta. Pero la que nos dejamos en segundo plano y que nos da la clave para cerrar el ciclo ahora empieza a pedir a gritos que le hagamos caso.
Al fin y al cabo, para entender el mundo en el que vivimos, necesitamos ser mucho más. Y en mi alma de letras, no me cansaré de recordar la frase que, tras tres años de carrera, ha terminado por convertirse en mi bandera.
“No olviden que a pesar de todo lo que les digan, las palabras y las ideas pueden cambiar el mundo (…). Les contaré un secreto: no leemos y escribimos poesía porque es bonita. Leemos y escribimos poesía porque pertenecemos a la raza humana; y la raza humana está llena de pasión. La medicina, el derecho, el comercio, la ingeniería, son carreras nobles y necesarias para dignificar la vida humana. Pero la poesía, la belleza, el romanticismo, el amor son cosas que nos mantienen vivos.”