¿Se está perdiendo el respeto por las creencias religiosas?

Marta Barrón Gámiz, estudiante de 2º de Derecho y ADE, ante los sucesos que venimos viviendo, plantea un debate que esconde el eterno conflicto de los límites del respeto.
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Llega la Navidad y con ella sus milenarias tradiciones: Belenes, Reyes Magos, villancicos y un sinfín de adornos navideños que honran el nacimiento del hijo de Dios. Sin embargo, con el creciente fenómeno de secularización, ha aumentado el recelo hacia toda esta simbología católica. La sociedad ha cambiado mucho en los últimos años, y el problema no está en que la gente sea cada vez más indiferente a la religión, algo completamente comprensible, si no en que se ha producido un aumento de los casos de desprecio y burla hacia las convicciones católicas. 

La manifestación llevada a cabo por un grupo de mujeres con sus cabezas cubiertas a modo de penitentes y portando la imagen del órgano genital femenino como «Imagen Sagrada», el caso del artista Abel Azcona que escribió la palabra «pederastia» con hostias consagradas, la exposición del cuadro «Con Flores a María» en el que aparecía la artista Charo Corrales, con la mano en su sexo, como una inmaculada de Murillo. Son algunos de los casos más polémicos y que han abierto el debate sobre el frágil equilibrio entre la libertad de expresión y la ofensa a los sentimientos religiosos. No es fácil discernir entre crítica y escarnio. 

Por esa razón la libertad de expresión debe ejercerse con espíritu de responsabilidad. Sin embargo, no ocurre así y las ofensas contra los sentimientos religiosos gozan en nuestro país de una tolerancia social que en ocasiones resulta incomprensible. Y es que, aunque los católicos se traten cada vez más de un colectivo minoritario, esto no tendría por qué justificar las ofensas gratuitas hacia convicciones que para ellos son sagradas. Al igual que se censura cada vez más el humor homófobo, racista o machista abogando cada vez más por la tolerancia en una sociedad multicultural, cabe preguntarse si se debe seguir mirando hacia otro lado y aceptar sin más las injurias al catolicismo como meros actos de libertad de expresión. 

Y es que la sociedad actual, que es muy sensible respecto a las ofensas a determinados colectivos minoritarios, debería ser igualmente respetuosa con las creencias de los católicos, pese a que éstas no sean compartidas. Aunque pueda creerse que la Iglesia Católica ha sido quien históricamente ha promovido ataques hacia esos colectivos, esto no justifica que pueda convertirse actualmente en el centro de los ataques o que no sea digna de protección al mismo nivel que las demás minorías. 

Por otro lado, parece que restringir estos actos, como hace el artículo 525 del Código Penal, conlleva un retroceso en nuestro derecho fundamental a expresarnos libremente. Y es que es muy complicado acreditar que estos casos y montajes tienen como finalidad la burla hacia los sentimientos religiosos y que no se tratan simplemente de actos de expresión artística o reivindicación. 


Por esta razón resultaría arriesgado imponer límites así en una sociedad democrática, donde cada cuál es libre de pensar y expresarse como quiera. Ante esta problemática no sabría decir si sería o no correcta la imposición de ciertos límites. Sin embargo, sí veo el lado positivo en que se ha abierto el debate sobre la conveniencia o no de usar la libertad de expresión pese a que esta pueda conllevar faltas de respeto a los creyentes. Esto puede hacer que se frenen un poco estas ofensas y que las críticas se hagan desde el respeto y la compresión, evitando herir las convicciones de los demás. 

Así pues, el debate está servido.

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