Bueno Aida, vamos a empezar por el principio, ¿cómo y cuándo entraste en el mundo del debate?
Todo empezó con una especie de cita a ciegas. En junio de 2013, mi madre descubrió que una compañera suya del ambulatorio tenía un hijo que pasaba a tercero de Periodismo. Yo empezaba la carrera en septiembre, y le pareció interesante que alguien con más experiencia me pudiese asesorar. Llegó a la hora de comer y dijo: este es el teléfono de Mario, háblale para concretar lugar y hora, que os vais a ver esta tarde para hablar de la universidad. A mí me daba una vergüenza tremenda, pero allá fui. Entre muchas otras cosas, hablamos de que le daba la pena dejar el club de debate para irse de Sicue, porque estaba aprendiendo mucho. Yo me quedé con la copla. Meses después, mi amiga Lidia y yo íbamos a apuntarnos a un cursillo de hebreo y jeroglífico (real) cuando la presidenta del club de debate apareció por nuestra clase para promocionar la actividad. Ahí me acordé del consejo de Mario y cambiamos nuestra decisión. Fue un “lo hacemos y ya vemos”. El mundo perdió a dos grandes intérpretes de jeroglíficos, estoy segura.
Nos ha contado una pajarita que estamos hablando con alguien que ha entrado en los ranking mundiales, así que tenemos que preguntarte ¿Cuál es tu experiencia con los CMUDE?
En Córdoba, hacía calor y no me esperaba nada. En Guatemala, todo iba muy lento y yo no podía esperar. En Chile, hacía frío y ya no sabía qué más esperarme. Cualquiera de los tres, cada uno a su manera, fue un máster muy completo sobre la vida en general.
Debatir está bien y todo eso, pero sabemos que no es lo único que se puede hacer dentro del circuito de parlamentario ¿Cómo se vive desde dentro la adjudicación en BP?
La labor en sí se vive como una gran responsabilidad. Al final, ya no tiene que ver con la competición: la gente va a dedicar un tiempo, por breve que sea, a analizar o pensar acerca de un tema que tú les has propuesto. Hay veces que será, incluso, la única vez que se paren a pensar en ello detenidamente. Esto último me preocupa especialmente con las cuestiones feministas, porque es una cruzada personal. Hay que dejar muy bien delimitado lo que la gente recordará como “lo que debatimos aquella vez”. Después, las dinámicas son muy variables. Hay veces que me recuerda a los antiguos torneos de académico, con todo el equipo en pijama preparando hasta muy tarde los debates del día siguiente. Divertirte más o menos depende mucho también de las sinergias que se generen, pero es un nuevo nivel de aprendizaje, y me da mucha pena que no sea accesible a todos los debatientes.
Existe una tendencia a estigmatizar los acentos como el andaluz o el gallego en debate. Una de las cosas que se me viene a la cabeza es que siempre te escucho hablando sobre lo orgullosa que estas de tus raíces. ¿Crees que las características culturales pueden marcar la calidad de un orador?
Me parecen tremendamente determinantes. Yo no voy a deshacerme ni de mi acento gallego ni de mi vocabulario asturiano: yo hablo cantando y las cosas no me gustan, me prestan. Y no ha sido un impedimento para alcanzar los 82 puntos de orador. Más allá de lo meramente léxico, hay matices culturales que influyen mucho. Influyen por identidad, influyen por clase social, influyen por prioridades, por composición de lugar, por estilos de socialización… Y es fabuloso que influyan. Para mí, no tiene sentido que el orador sea un alter ego de la persona cortado al patrón de un libro de estilo. Yo no renunciaría a la retranca del Norte al hablar, por nada del mundo. Es identitario y es maravilloso.
Creo que más de una de las lectoras no habrá visto los videos de formación para el Campoamor (para los que recopilaste el casefile) y que se subieron a Orgullosos. Yo les he echado un vistazo y quería preguntarte ¿cuál es el problema que surge en la actualidad al articular un discurso feminista?
No es tanto una cuestión de ignorancia como de falta de empatía. Porque ignorantes somos todos, cada uno en muchas cosas, yo la primera. El problema está en encontrarnos con una cuestión que hace sufrir a la gente que nos rodea y no intentar aunque sea entenderla, ya no digo remediarla. No se trata de subrayar los dos tomos de El Segundo Sexo como si fuesen el Ganar Debates. Se trata de escuchar realidades e intentar aprender de ellas. De ahí nació la idea del casefile: yo no soy jurista, ni musulmana, ni poliamorosa, ni homosexual. Pero hay mujeres muy válidas de este circuito que sí lo son, y ya no es que se merezcan un altavoz para explicar sus realidades a aquellos que no las entienden; es que el sujeto pasivo, el que lee el casefile, es quien más tiene que ganar. Entiendo que todos tenemos temas que nos interesan más que otros, pero tener mecanismos para evitar que otra persona sufra y no aplicarlos escapa a toda lógica. Y tenemos esos mecanismos: el primero es escuchar. El problema es de quien no escucha.
Hablando del Campoamor, sabemos que estuviste el último finde en el torneo de mujeres ¿cómo fue tu experiencia como mediadora en las dinámicas que se realizaron dentro?
La tarde del coloquio llegué toda acelerada, porque cogí el tren en dirección contraria y acabé en Getafe. Lo primero que hice fue pedir a las veteranas del torneo que no saliesen a fumar y se sentasen a primera fila, porque no las tenía todas conmigo de que las chicas fuesen a querer participar con temas personales y me daba terror pensar en otro monólogo. Para hablar yo sola de feminismo para debatientes ya hay un taller grabado en Youtube. Quería que se hablase y se escuchase, que la gente compartiese experiencias, que naciese esa empatía y a la vez, el sentimiento de red, de que aquí ninguna está sola. Lo que ocurrió es que todas las presentes eran tan grandes, tan grandes, que lo que salió de ahí dio mil vueltas a todas mis expectativas. Todo el mundo quería hablar y aportar. No paraban de levantarse manos, teníamos que asignar números porque era incapaz de recordar el orden. Fue increíble. He estado en muchas asambleas desde los quince años hasta la fecha, y de ninguna, jamás, he salido tan contenta.
Entrando, un poco más, en el torneo de mujeres, una de las cosas que más me chocaron fue que se anuló el dress code ¿Crees que este supone alguna clase de impedimento real? ¿Y en caso de que lo hagan o no, por qué?
Es curioso, porque lo peor del dress code no corresponde tanto a la óptica de género. Creo que, en 2018, si alguien se atreve a sugerirte públicamente que te pongas unos tacones porque así hablarás mejor, la propia persona es la que se está retratando como una ridícula. Debemos empoderarnos para ignorar a la gente ridícula, pero ya nos respalda un rechazo social muy grande a ese respecto. Lo que en verdad me preocupa del dress code es que establece un sesgo de clase brutal. No todas las personas pueden acceder a un traje de tres piezas para cada torneo. No hablemos ya de tres conjuntos para tres días, todos ellos acordes a unos estándares de vestimenta que no resultan baratos. Habrá quien me diga que, a una mala, Amancio Ortega te vende el traje completo a treinta euros, pero es que hay personas que no cuentan en el presupuesto del mes con treinta euros para gastarse en un traje. Y menos, si el tren de ida y vuelta al torneo les va a costar ochenta y aún tienen que pagarse un hostal o un AirBNB. No podemos pretender aplicar a una actividad académica un protocolo ejecutivo. No sólo es excluyente y poco práctico: es que no tiene razón de ser.
Tú, que has viajado poco (y con poco nos referimos a que tendríamos que abrir una lista aparte porque no nos cabría en la pregunta), quizá podrías contestarnos, ¿Cómo se vive desde dentro el circuito de debate internacional?
Cambia mucho en función de si estás en Europa o Latinoamérica. El circuito americano es como una gran familia. Todo el mundo se conoce y hay personas que hacen grandes esfuerzos para reunirse anualmente, aunque sólo sea una vez. La gente suele ser muy respetuosa y está muy abierta a conocer cómo es la vida en otros países. Sí que es verdad que, al no existir la barrera del idioma, todo resulta más fácil. Yo entré un poco de la mano de Rich Acosta y Arturo Vallejo, dos de mis personas favoritas en el universo, y no podría estar más agradecida. En Europa, todo es más frío. La gente no te agrega a Facebook hasta el segundo o tercer torneo, son mucho más reservados… Pero para mí tiene una gran ventaja, que es que fluyo sin presión porque me ampara el “tira para adelante, que aquí no nos conoce nadie”. En su momento fue algo muy importante, porque debatiendo en castellano conseguía muy buenos resultados, pero no disfrutaba nada debido a la presión que tenía. En ese sentido, le agradeceré toda la vida a mi hermana Carlota que me sacase de casa y me llevase a Budapest. Y a Berlín.
Y para debatir en todo este circuito hace falta como mínimo un C2 ¿no?
Discrepo, discrepo muchísimo. En primer lugar, porque los títulos de idioma no son una métrica reveladora. Un C1 no te garantiza poder comunicarte eficazmente, aunque te lo facilite hasta cierto punto. Yo, al principio, lo pasaba fatal con la brecha del idioma, porque domino vocabulario y gramática pero mi pronunciación no es muy sofisticada. Y parto de la base de que soy una privilegiada, porque mis padres siempre han hecho un gran esfuerzo por que pudiese ir a clases particulares tanto de inglés como de alemán, pero cuando nunca has vivido un idioma en tu rutina, no lo tienes tan interiorizado. Lo importante es dejar a un lado los complejos. Cuando percibes que no te entienden, te esfuerzas más por hacerte entender. Supone un entrenamiento muy importante.
Parece que estamos llegando al final Aida. Ha sido una conversación fantástica pero se tiene que acabar, y estaría bien cerrarla con la siguiente pregunta: Si tuvieses que concluir toda tu vida en el debate con una frase ¿cuál sería?
Sería una cita de Joanne K. Rowling que descubrimos en la pared de la Facultad de Filosofía de Córdoba tras debatir los cuartos de final de CMUDE 2016. “Es la calidad de las convicciones, y no el número de seguidores, lo que determina el éxito”.