De la abstención a la polarización: ¿Cómo se manifiesta la desafección política juvenil?

Cuidar la democracia exige conciencia, responsabilidad y confianza. Eugenia Pastor invita a repensar cómo participamos y qué significa, hoy, ejercer la libertad.
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Habiendo crecido en una democracia consolidada, muchos jóvenes la damos por sentada. No se trata de desinterés: la conversación pública está más viva que nunca, sino de una comprensión incompleta de lo que significa cuidar la democracia.

A menudo pensamos que la abstención y la polarización son extremos opuestos, pero, en realidad, no están en los extremos de una línea, sino en el mismo punto de un círculo. Ambos tienen un origen común: la desafección política y la pérdida de confianza en el sistema. Uno se rinde y se aparta; el otro se atrinchera y se enfrenta. Ambos, sin embargo, se alejan del centro donde la democracia respira.

Cuando la ciudadanía deja de creer que su voto importa, cuando el debate se convierte en combate, la democracia se vacía desde dentro. El resultado es un voto menos crítico, más polarizado o, directamente, ausente.

Cuidarla requiere conciencia, responsabilidad y confianza. La conciencia implica entender que la democracia no está asegurada, sino que es una conquista que requiere mantenimiento. Es un sistema vivo, frágil y lleno de potencial, que solo prospera con educación, participación y cuidado. Reconocer el esfuerzo que la hizo posible y la urgencia de reparar los daños que ya la desgastan es fundamental.

La responsabilidad nace de la libertad. Asumir la democracia significa ejercerla: participar, decidir, exigir. No basta con disfrutar de los derechos; hay que sostenerlos con deberes.

Finalmente, la confianza: creer que, pese a sus imperfecciones, la democracia sigue siendo el mejor terreno para el pensamiento crítico, la empatía, la responsabilidad y la libertad. Virtudes que, interiorizadas, transforman a la sociedad.

La abstención creciente no siempre indica apatía; a menudo refleja desconfianza. Muchos perciben las instituciones como lejanas, ineficaces o corruptas. Pero, incluso si es simple desinterés, el efecto es el mismo: una democracia vacía y vulnerable. A esto se suma la polarización, que convierte el diálogo en ruido, y las redes sociales, que simplifican la realidad en blanco y negro, eliminando matices esenciales.

La crisis de representación también pesa. Los ciudadanos que no se sienten reflejados en los partidos tradicionales ven la política como un espectáculo ajeno y se convierten en espectadores pasivos. A estas consecuencias se suman la judicialización de la política y la pérdida de legitimidad de las instituciones democráticas, fenómenos que evidencian el debilitamiento de los cauces tradicionales de confianza y consenso. Cuando los tribunales asumen funciones que la política no logra ejercer y la ciudadanía deja de percibir al sistema como justo, la democracia se desequilibra y su legitimidad se resiente.

Las causas son conocidas: corrupción, incoherencia entre promesas y hechos, impunidad y falta de rendición de cuentas. Pero en ellas también están las claves de la solución: educación cívica, transparencia y una ciudadanía más consciente, responsable y confiada.

De esta manera, cada ciudadano tiene en sus manos la posibilidad de romper el círculo de la desafección. Participar, informarse, debatir: esos son los gestos que mantienen viva la democracia y le devuelven sentido a nuestra libertad.

Así pues, el debate está servido.

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