“Esto es un payo, que va por un polígono por la mañana, y… y no vende droga”.
Pocos lectores, a estas alturas, no conocerán la polémica que envolvió a finales del pasado mes de agosto al cómico gallego Rober Bodegas, cuando un canal de televisión recuperó un antiguo monólogo suyo en el que hacía “chistes sobre payos”.
Pocos lectores, sin embargo, recuerdan el interesante inicio de la actuación: argumenta que “ya no se pueden hacer chistes de gitanos en televisión (…) pero yo, como payo, puedo hacer chistes de payos”. Así, Bodegas toca un tema muy interesante: la comedia desde el punto de vista de los agentes de la comunicación.
Para intentar encontrar los límites del humor, y recuperando una de las maravillosas teorías del cómico Ignatius Farray, entenderemos que en el acto de la comedia existen cuatro esferas principales: el emisor, el receptor, el mensaje y el contexto. El análisis del chiste en sí (el mensaje), suele variar mucho según las otras tres variables:
El emisor juega un papel importante. Una de las mejores cómicas que tenemos en España actualmente es Elsa Ruiz, mujer transexual que suele abordar su condición de género en sus shows. ¿Podría hacer los mismos chistes un hombre o una mujer cisgénero? Probablemente el mensaje se entendería de otra manera, una de las cosas que más valoramos en un cómico es la capacidad de reírse de sí mismo. Entonces, ¿deberíamos permitir hacer ciertos chistes tan solo a ciertas personas? ¿Sólo podemos hacer chistes sobre cosas que de verdad vivimos o hemos vivido?
Cuando analizamos al receptor, es cuando surge la ya famosa disyuntiva entre el derecho a ofender y el derecho a sentirse ofendido. Hay un gran problema aquí: lo difuso del receptor en tiempos de redes sociales. Poca gente vería de buen gusto hacer el clásico chiste de los judíos y el Seat 600 a un superviviente del Holocausto, pero cuando publicamos el chiste en un tweet, puede alcanzar a cualquier receptor, incluido el del ejemplo. Entiendo que esa persona tiene todo el derecho a sentirse ofendida, pero no por ello considero que se deba prohibir al emisor realizar el mensaje: si te ofende, critica o no lo escuches, pero no lo prohíbas. El mal gusto no es ilegal (que se lo digan a mi fondo de armario). El humor, si no escuece, tiene poco de humor.
Contrario a este razonamiento es mi admirado Manu Sánchez, que dice que la relación en el chiste debe ser siempre “de abajo hacia arriba”. Yo aquí me hago dos preguntas: la primera es si el humor tan sólo es reivindicación, y la segunda (más importante aún): ¿Un chiste sobre Carrero Blanco es un chiste de abajo hacia arriba?
El contexto, como tercera esfera, es para mí la fundamental. Cuando uno asiste a un monólogo o un espectáculo de comedia, otorga una aceptación tácita de que lo que ahí suceda es una ficción humorística. El cómico no expone un discurso real en su espectáculo, si no un texto que se transmite mediante lo que Miguel Lago denomina “la voz cómica”. Ignorar la complicidad del humorista y su público, e intentar extrapolar un chiste de un personaje a la opinión real del emisor, es tan absurdo como creer que a Dani Rovira le regalaran un hermano en la taquilla de Port Aventura (en su famoso chiste de “Cada grupo de seis, un niño gratis”), o que todos los americanos sean como relataba Goyo Jiménez.
Ricky Gervais, cómico británico, tuiteó en cierta ocasión: “Que estés ofendido no quiere decir que tengas razón, también hay gente a la que ofende el mestizaje, los gays, los ateos…” Por tanto, ¿deberían el sentimiento de ofensa y el gusto ser límites al humor? El debate está servido.