Estás leyendo esto en una pantalla. Quizás te ha llegado por WhatsApp o Instagram, o un enlace de Twitter. El caso es que algo te ha llamado la atención en la pantalla.
Para hacer esto posible habrá una imagen asociada, quizás sacada con un smartphone u obtenida de un banco de imágenes, un trabajo de edición y maquetado y se ha posicionado por un trabajo de “publicista” a través de la “plaza pública” que son las redes sociales… Para cada una de estas cuestiones antes hacía falta una tecnología exclusiva y un profesional técnico para ejecutarla, es decir, dinero para poder pagar.
Si lo estás leyendo por la calle quizás ves a un repartidor de Gloovo haciendo que cualquier comercio local tenga servicio a domicilio y si vas a comprar, si es que no pides la compra por internet, no te extrañará que haya aguacates y quinoa en el supermercado, incluso sin ser de temporada, incluso siendo de una región a miles de kilómetros.
Esto se debe a que muchísimas tecnologías, no solo han aparecido, sino que se han abaratado haciendo que muchos más creadores de contenido, empresas o medios de comunicación puedan entrar en el juego de captar la atención del consumidor.
La cuestión es que el pensamiento único no se basa en la ausencia de diferencias, en las plataformas de streaming hay más contenido del que se puede ver en una vida, si no en compartir unos mismos marcos de pensamiento. Y en las pantallas siempre hay herramientas para guiarte. El Big Data, SEO o SEM no está aquí para lavarnos el cerebro ni dominarnos al aceptar las condiciones de uso, pero seguro que cuando tengas que buscar un cerrajero urgente (uno de los términos más caros para posicionar en anuncios de Google) pincharás en la primera opción o que si Youtube ya te da una lista de vídeos recomendados nada más entrar acabes en alguno de ellos. Y estas cuestiones siguen dependiendo de poder pagarlas.
Esto no es nuevo, las empresas o instituciones con poder siempre han podido controlar el acceso a la información y los recursos. Lo que sí es nuevo es que un periódico universitario para aficionados al debate tenga una “tirada” mundial, o que toda España tarareara la felicitación de navidad de una empresa local de desatranques. Antes, sin unos cuantos miles de euros, estos ejemplos serían impensables.
La pantalla es una ventana, directa a nuestro cerebro, pero es la primera vez que la ventana está abierta para todo el mundo y cualquiera puede salir a explorar y gritar, y no solo consumir.
Por supuesto es difícil luchar contra el discurso hegemónico, pero leer un artículo de un ex agente de la CIA, hacer viral una manifestación por el clima, filtrar papeles de paraísos fiscales, que una startup desbanque a grandes corporaciones o el simple hecho de poder debatir casi sin coste con personas de cualquier lugar del mundo son motivos para creer que es posible.
Así pues, el debate está servido.