¿Es conveniente imponer límites a la emisión de gases con efecto invernadero?

¿Hasta qué punto son efectivas las restricciones a la hora de frenar el cambio climático? Miriam Fernández Vida, estudiante de 2º de Bachillerato Tecnológico, nos sirve a debate los límites al efecto invernadero.
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Estamos destruyendo el mundo. ¿O es que, simplemente, la naturaleza sigue su curso?
Cada día escuchamos las consecuencias devastadoras que trae la emisión de gases con efecto invernadero. Se piensa que el CO2 procedente del consumo de combustibles fósiles se acumula en la parte superior de la atmósfera dejando pasar la luz solar, pero impidiendo que salga el calor. Esto se traduce en un ascenso de la temperatura suficiente para derretir el hielo de los polos y causar inundaciones a nivel global.
Los fenómenos extremos del clima son cada vez más frecuentes, de modo que algunas islas del Pacífico, ciudades como Venecia e, incluso, países como Bangladesh corren el riesgo de quedar completamente sumergidos en un futuro muy cercano.
Por este motivo, en 1997 se llegó a un acuerdo internacional para evitar el cambio climático: el conocido Protocolo de Kioto, cuyo objetivo es reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. El acuerdo entró en vigor en el año 2005 y en noviembre del año 2009 había sido firmado por 187 estados. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que Estados Unidos nunca lo ratificó y que Canadá abandonó el acuerdo en el año 2011.
El Protocolo de Kioto es un acuerdo de difícil aplicación ya que debe ser económicamente viable, lo que hace que los términos del acuerdo no sean lo suficientemente ambiciosos como para conseguir el principal objetivo: que el aumento de la temperatura sea inferior a dos grados centígrados, ya que, según la comunidad científica, si se supera ese límite se producirán cambios irreversibles en los ecosistemas del planeta.

Sin embargo, a pesar de que la mayor parte de la población es consciente de la gravedad de este problema que nos afecta a todos, ¿por qué no se imponen unos límites verdaderamente efectivos? La respuesta parece estar en que, además de que la aplicación del protocolo plantea un gran número de dificultades económicas, tampoco existen pruebas confirmadas ni plenamente aceptadas de que el cambio climático esté provocado por la mano del hombre.

Desde la última glaciación, el mundo siempre se ha ido calentando. Según el profesor Geoffrey G. Duffy, experto en ingeniería química, la acción humana apenas tiene relevancia en los cambios de la temperatura media del planeta, sino que el principal responsable del cambio climático es el Sol, cuyas radiaciones, que no son constantes, pueden aumentar, de forma natural, la temperatura de la tierra. Por otra parte y según el mismo autor, el vapor de agua del que se compone la atmósfera es, en realidad, el más abundante de los gases que provocan el efecto invernadero.

Por lo tanto, si no existe una evidencia clara de que la emisión de gases es lo que está destruyendo el planeta, ¿es realmente necesario imponer límites de emisión? Hay que tener en cuenta que el hecho de cumplir restricciones muy exigentes implica un alto coste económico, lo que frena el crecimiento de países en vías de desarrollo y destruye un gran número de empleos. De este modo, cumplir los objetivos del Protocolo de Kioto podría aumentar la pobreza y las desigualdades sociales. Todo por una teoría no completamente aceptada ni confirmada.

Pero, en el caso de que la hipótesis de que el cambio climático esté provocado por la emisión de gases a la atmósfera sea cierta, el coste final de no adoptar medidas adecuadas sería mucho mayor, ya que tendría consecuencias irreversibles como la desaparición absoluta de ecosistemas e, incluso, de algunos países. Dejar de figurar en el mapa es la peor situación económica en la que un país se puede encontrar. Hay que considerar, además, que el esfuerzo económico que supondría alcanzar los límites adecuados conllevaría la aplicación de medios productivos mucho más sostenibles, limpios y, a la larga, baratos, como el uso de energías renovables. Se trataría, por tanto, de una inversión a largo plazo que generaría abundantes beneficios en el futuro.

Que los polos se están derritiendo y la temperatura global está aumentando son hechos probados. Aunque no seamos los principales causantes de este problema, está en nuestra mano adoptar medidas para evitar hacerlo más grande. Podríamos salvar ecosistemas y países enteros condenados a desaparecer, por no hablar de los beneficios que se podrían conseguir si se disminuye la contaminación, como la mejora de nuestra calidad de vida.

Sin embargo, la aplicación de medidas rigurosas podría ser inútil e, incluso, 

contraproducente, ya que podría suponer una desaceleración económica de consecuencias impredecibles. Por lo tanto, ¿es realmente necesario, a pesar del coste, imponer estos límites?
¿Nos estamos salvando o destruyendo?
Así pues, el debate está servido.

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