
El debate académico es una de las actividades extracurriculares más conocidas que ofrece la universidad. Te brinda la oportunidad de mejorar habilidades comunicativas y argumentativas, de desarrollar pensamiento crítico y persuasión, pero no solo eso, sino que también es una manera de conocer a personas con unos intereses muy similares a ti, en ocasiones mayores y con una experiencia que les convierte en mentores o figuras guía.
Son muchos los que llegan a la facultad escuchando aquello de que en la universidad conocerán mucha gente nueva, pero luego por diferentes razones pueden no llegar a conectar con los estudiantes con los que comparten aula. Es ahí donde juegan un papel tan importante los clubes de debate, puesto que su objetivo aparte por supuesto de formar buenos debatientes, es hacer que todos sus integrantes se sientan a gusto en ese espacio, creando vínculos entre los veteranos y los novatos, fortaleciendo así la comunidad universitaria.
Sin embargo, es bien sabido por todos que el debate es una actividad que requiere un alto nivel de implicación. Además del tiempo que se debe emplear en la preparación de los argumentos, los torneos suelen implicar desplazamientos a otras ciudades y noches fuera de casa. En algunos clubes de debate el nivel de exigencia es tal que los integrantes invierten demasiado tiempo en preparar argumentos, competir y entrenar, relegando sus estudios a un segundo plano. Se convierte en una obsesión en la que el objetivo no es el aprendizaje y la experiencia, sino el afán de ganar. Existen, incluso, debatientes que han alargado sus estudios universitarios por una dedicación extrema a este mundo del debate.
Bien gestionado puede ser una de las mejores actividades universitarias como herramienta de formación. El problema nace cuando se usa como un fin en sí mismo.
Así pues, el debate está servido.