Reaparece pomposa en escena la primera de las plataformas de entretenimiento a nivel mundial. Esta vez, Netflix se sienta en la mesa presentando, como plato estrella, un documental que no dejará a nadie indiferente.
El largometraje pretende destapar una verdad que a veces se nos pasa por alto y que, desde la Grecia antigua en boca de Aristóteles, ya se venía advirtiendo: la virtud, siempre en su punto medio.
Su título: “el dilema de las redes sociales”, parece desfavorecer la balanza para aquellas que hoy en día son la fuente de la que todos bebemos si queremos saciar cualquier tipo de sed (información, entretenimiento, trabajo etc.). E ahí el problema, la línea que separa la bendición de usarlas y el dilema de que nos atrapen, es muy fina.
Por un lado, somos capaces de interconectarnos con toda la esfera, intercambiar opiniones, abrir horizontes y olvidar las fronteras, porque con ellas desaparecen los muros. Pero a la vez que nos abrimos al mundo nos encerramos en nosotros mismos. Centramos la vista en esta realidad simulada, olvidando en ocasiones nuestra esencia.
En el documental son varios de los padres fundadores de estas redes, lo que sopesan el coste último del exceso de uso. Nos hace reflexionar sobre cómo pretendemos acercarnos al de más allá, si nos olvidamos del que tenemos más cerca.
¿Cuántas veces pasamos por delante de una terraza y vemos un grupo de gente inmersa en sus pantallas? Están, sí, pero no en el bar con sus amigos, están cada uno en su realidad prefabricada.
A pesar de esto, no podemos obviar todas las batallas conquistadas por estas porque nos ayudan a ampliar nuestras miras, a configurar un escenario en la que todos tienen voz,o incluso a encontrar el “hueco” social que no encontramos en el día a día.
Netflix, nos sirve este plato y se levanta de la mesa. Ahora opinas tú: ¿bendición o dilema?
Así pues, el debate está servido.