El utilitarismo es una teoría ética que sostiene que la corrección de nuestras acciones depende de la cantidad de felicidad o bienestar que maximizan. Aunque esta tesis ha recibido múltiples reformulaciones, lo cierto es que en el circuito de debates tendemos a evaluar la importancia de nuestros argumentos a través del utilitarismo clásico, es decir, el de John Stuart Mill o Jeremy Bentham. Lo peculiar de esta situación es que el utilitarismo clásico ha recibido una gran cantidad de críticas, hasta el punto de convertirlo en una posición filosófica no sostenible actualmente. En este artículo, me gustaría repasar dos de las críticas lanzadas contra el utilitarismo clásico.
La primera crítica se relaciona con la neutralidad del agente. Intuitivamente pensamos que nuestras obligaciones morales son relativas al agente, en otras palabras, que no todos tenemos las mismas obligaciones y que en función de nuestra posición tendremos unas obligaciones u otras. Por esta razón, ser padre de familia nos confiere una responsabilidad especial para con nuestros hijos, pero solo con ellos, no tenemos el deber de cuidar a otros niños. No es legítimo exigirnos ser responsables de sucesos que no hemos causado. Sin embargo, el utilitarismo presupone la neutralidad del agente, es decir, que al margen de quienes seamos y de nuestra posición tenemos el deber de maximizar el bienestar general. Autores utilitaristas como Derek Parfit sostienen que la neutralidad del agente es una virtud del utilitarismo. Consideremos esto: durante la Guerra Fría Estados Unidos y la URRS, solo tenían dos opciones: aumentar su armamento o firmar un acuerdo para reducirlo. De acuerdo al utilitarismo, tendríamos el deber de firmar el acuerdo, porque debemos buscar el bienestar de ambos bandos; en cambio, si las obligaciones morales son relativas al agente, no es nuestra responsabilidad lo que le suceda a otra nación, ya que únicamente tenemos el deber de proteger a nuestra nación, razón por la cual debemos aumentar nuestro armamento para protegernos de que los otros lo hagan. Esta situación es problemática ya que incrementaría el poder de ambos bandos, y por tanto la posibilidad de tener las peores pérdidas en caso de conflicto.
La segunda crítica se refiere al agregacionismo. El utilitarismo considera que es posible agregar los daños y beneficios derivados de una acción para calificarla moralmente, esto es, que un mayor número de afectados implica una mayor relevancia moral. El inconveniente surge cuando nuestra intuición nos dice que en muchas ocasiones el ser humano no es cuantificable, que todos somos únicos e irrepetibles. Consideremos esto: asumamos que dos personas necesitan un trasplante urgente, ya que de no recibirlo morirán. Incluso en ese caso, cualquiera diría que sería ilegítimo secuestrar a un inocente y obligarle a donar sus órganos, porque las vidas no son intercambiables, por más personas afectadas que haya. Por esta misma razón rechazamos la esclavitud o la experimentación con seres humanos. Algunos utilitaristas han respondido a esto señalando que en ciertas ocasiones es necesario violar derechos para evitar mayores vulneraciones de otros derechos. Por ello aceptamos que es legítimo hacer la guerra para frenar las violaciones de derechos humanos, o que es legítimo castigar a un inocente para disuadir a diez mil culpables de cometer delitos.
Así pues, el debate está servido.