“Pan y circo”. Esta era la frase que los emperadores romanos decían sobre el pueblo, refiriéndose a que cuando este estaba alimentado y entretenido, los ciudadanos no molestaban en las tareas de gobierno ni en la política. Dicho esto, podemos entender la televisión, en cierta manera, como el circo de nuestra era.
Partamos de la siguiente premisa: la programación televisiva la entendemos como aquella que las cadenas quieren que veamos, en el momento concreto en el que quieren que lo veamos.
La televisión, como todo, contiene una gran diversidad tanto en su programación como en el público al que se dirige y esto es algo que la enriquece como forma de entretenimiento. Al reflexionar sobre la TV se hace inevitable el planteamiento de cuestiones tales como si la programación es realmente reflejo de la sociedad.
Esa diversidad de canales para tan dispares contenidos crea una inmensa variedad y un ecosistema televisivo difícil de digerir y a veces de abarcar. Tradicionalmente siempre se ha dividido la programación televisiva en dos bloques: televisión de calidad con programas de contenido cultural o histórico (no solo documentales, también series por ejemplo) y la televisión de baja calidad que el espectador puede ver por mero entretenimiento pero que no aporta nada, o al menos, nada positivo, no fomentando el espíritu crítico ni constructivo.
Al considerar una idea de sociedad plural, con diferentes gustos, intereses y preferencias, podríamos afirmar que la programación de la televisión en un buen espejo de la sociedad. Refleja como hay personas que aprecian clásicos del cine o documentales y quienes prefieren un programas de tertulias, quienes optan por el baloncesto o quienes son unos entusiastas del fútbol. Todo en nuestro televisor.
Pero, por otro lado, hay una nueva diversidad creciente: la de alternativas del entretenimiento, un nuevo circo que citábamos anteriormente. Cada vez es más común ver a las últimas generaciones con sus smartphones, tablets, etc, pero, ¿qué hacen tantas horas con ellos? No ven televisión standard de los canales tradicionales, sino que a través de Internet seleccionan contenidos a la carta. YouTube o Netflix son dos claros ejemplos de lo que en la actualidad es el verdadero rival de la televisión. Así pues, podemos entender que la televisión no llega a estos jóvenes y a sus manos ocupadas por estas nuevas formas de televisión, por lo que no sería un buen reflejo de toda la sociedad en su conjunto.
Dicho esto, ¿no lo cree así? Comprobar si la televisión es reflejo de nuestra sociedad es sencillo: coja su mando a distancia y haga un breve zapping por los canales de su televisor. Después, salga a la calle y observe a su alrededor…