
La RAE define intelecto como la potencia cognoscitiva racional, es decir, capacidad de conectar y relacionar conceptos. Como sociedad, asociamos su desarrollo con el estudio de manera causal; estudiamos para tener un futuro mejor por contar con un gran conocimiento sobre cierta materia, pero ¿podríamos decir que es un arma de doble filo?
No podemos entender la sociedad actual sin la búsqueda de cualificación por los individuos que la conforman, lo que nos hace plantearnos si es precisamente esa especialización la que está acabando con la inquietud intelectual del futuro en potencia; los estudiantes. Veámoslo.
La Universidad, cima del saber académico, es aquel lugar donde las personas adquieren conocimientos mucho más técnicos acerca de sus áreas de interés y se encuentran con campos de investigación repletos de matices por descubrir (aunque hablar de la proporcionalidad entre el esfuerzo y la recompensa en este ámbito sería otro debate).
Esta institución invita a los estudiantes a salir del dogma del pensamiento único del que, como sociedad, nos aterra alejarnos. ¿Cómo? Con el reconocimiento de actividades extracurriculares, más allá del saber universitario, por medio de créditos o menciones, por lo que podríamos decir que las aspiraciones personales de cada estudiante se desarrollan fuera del ámbito meramente académico, pero ¿es esto realmente así?
Citando a Ortega y Gasset en La rebelión de las masas: “El especialista ‘sabe’ muy bien su mínimo rincón de universo; pero ignora de raíz todo el resto». El resultado de este especialismo ha sido que hoy, cuando hay mayor número de «hombres de ciencia» que nunca, haya muchos menos hombres «cultos”.
La especialización en un área limitada de conocimiento genera lagunas entre los estudiantes universitarios; estudiantes de letras que no son capaces de realizar operaciones matemáticas básicas, o estudiantes de ciencias que desconocen cómo escribir sin cometer faltas ortográficas. Y la cuestión va más allá, pues, aunque sea posible ampliar nuestros horizontes e ir más allá de lo exigido académicamente, esto no se valora, existiendo una clara falta de apoyo e interés tanto a nivel institucional como educativo, sumado a la ausencia de motivación sobre estas cuestiones hacia el alumnado. Ante estas carencias, un mero reconocimiento de créditos no llega a ser suficiente.
Todo ello me lleva reflexionar sobre otro problema, pues consecuentemente vemos cómo la inquietud intelectual de los individuos se ve mermada en pos de encajar como una pieza colectiva e impersonal de esta maquinaria que es el mercado, preparados para sustituir lo anterior por lo “nuevo” (siendo esto una copia exacta de lo que estuvo antes), sin que los estudiantes lleguen a aprender nada a nivel lógico y personal.
La Universidad nos brinda un gran conocimiento de manera expositiva, aunque poco inmersiva, lo que nos lleva a preguntarnos ¿podemos considerar preparada a una sociedad que, estando tan especializada en un área, es ignorante acerca de todo lo demás? ¿Estamos ante un desarrollo del intelecto o una mera repetición memorística?
Así pues, el debate está servido.