¿Es la Universidad la tumba del intelecto?

Lucía Tostón Barrera, estudiante de segundo curso del grado de Derecho en la Universidad de Salamanca, así como, miembro y tesorera de la Asociación de Debate Universitario de Salamanca, nos brinda este gran debate. ¿Qué opinas tú?
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La RAE define intelecto como la potencia cognoscitiva racional, es decir, capacidad de conectar y relacionar conceptos. Como sociedad, asociamos su desarrollo con el estudio de manera causal; estudiamos para tener un futuro mejor por contar con un gran  conocimiento sobre cierta materia, pero ¿podríamos decir que es un arma de doble filo?  

No podemos entender la sociedad actual sin la búsqueda de cualificación por los individuos que la conforman, lo que nos hace plantearnos si es precisamente esa  especialización la que está acabando con la inquietud intelectual del futuro en potencia; los estudiantes. Veámoslo. 

La Universidad, cima del saber académico, es aquel lugar donde las personas adquieren conocimientos mucho más técnicos acerca de sus áreas de interés y se encuentran con  campos de investigación repletos de matices por descubrir (aunque hablar de la  proporcionalidad entre el esfuerzo y la recompensa en este ámbito sería otro debate). 

Esta institución invita a los estudiantes a salir del dogma del pensamiento único del que,  como sociedad, nos aterra alejarnos. ¿Cómo? Con el reconocimiento de actividades  extracurriculares, más allá del saber universitario, por medio de créditos o menciones, por  lo que podríamos decir que las aspiraciones personales de cada estudiante se desarrollan fuera del ámbito meramente académico, pero ¿es esto realmente así? 

Citando a Ortega y Gasset en La rebelión de las masas: “El especialista ‘sabe’ muy bien  su mínimo rincón de universo; pero ignora de raíz todo el resto». El resultado de este especialismo ha sido que hoy, cuando hay mayor número de «hombres de ciencia» que  nunca, haya muchos menos hombres «cultos”. 

La especialización en un área limitada de conocimiento genera lagunas entre los  estudiantes universitarios; estudiantes de letras que no son capaces de realizar  operaciones matemáticas básicas, o estudiantes de ciencias que desconocen cómo escribir sin cometer faltas ortográficas. Y la cuestión va más allá, pues, aunque sea posible ampliar nuestros horizontes e ir más allá de lo exigido académicamente, esto no se valora,  existiendo una clara falta de apoyo e interés tanto a nivel institucional como educativo,  sumado a la ausencia de motivación sobre estas cuestiones hacia el alumnado. Ante estas  carencias, un mero reconocimiento de créditos no llega a ser suficiente. 

Todo ello me lleva reflexionar sobre otro problema, pues consecuentemente vemos cómo la inquietud intelectual de los individuos se ve mermada en pos de encajar como una pieza  colectiva e impersonal de esta maquinaria que es el mercado, preparados para sustituir lo  anterior por lo “nuevo” (siendo esto una copia exacta de lo que estuvo antes), sin que los  estudiantes lleguen a aprender nada a nivel lógico y personal. 

La Universidad nos brinda un gran conocimiento de manera expositiva, aunque poco  inmersiva, lo que nos lleva a preguntarnos ¿podemos considerar preparada a una sociedad  que, estando tan especializada en un área, es ignorante acerca de todo lo demás? ¿Estamos ante un desarrollo del intelecto o una mera repetición memorística? 

Así pues, el debate está servido.

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