¿Es legítimo el referéndum del 1 de octubre en Cataluña?

Alejandro Pena, estudiante de Derecho y ADE, cuestiona los acontecimientos vividos el pasado 1 de octubre.
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Se abre el telón y se ve a España solucionando el problema de una más que ansiada pretensión de secesión de una parte de Cataluña. Se cierra el telón. ¿Cómo se llama la función? “Misión imposible”. Sí, pongo ese título porque no todo es serlo sino parecerlo y, hasta ahora, aparentemente es una misión muy complicada para una España un tanto perdida en el limbo que no encuentra la puerta de salida. El pasado 1 de octubre de 2017 acudimos a uno de los capítulos más frenéticos que movió pieza en el tablero para marcar a España como Estado de Derecho en un claro “jaque”. Así pues, cabe preguntarse el porqué de esta situación y cuáles son los motivos que ayudaron a ella para entender claramente todos los movimientos y salidas. 
Son tres las ideas principales que, a día de hoy, rondan por el independentismo catalán: el famoso “España nos roba”, “votar siempre es democrático” e “independientes somos autosuficientes”.
El mensaje de “España nos roba” nació de la mano de la Generalitat de Artur Mas en 2012 cuando haciendo cálculos, cuanto menos cuestionables, sacó a la luz un supuesto robo del PIB de Cataluña y un desproporcionado aporte al presupuesto común. Todo este embrollo de números cae por dos conceptos que son obviados en los cálculos: principio de solidaridad y de progresividad.
Por tanto: ¿”España nos roba”? No. Bien. A pesar de que no sea así, ¿ellos creen que España les roba? Sí. He aquí el quid de la cuestión y el foco que no deja de propagarse. El problema de este slogan es que va a ser casi imposible de erradicar porque ha calado profundamente en las mentes independentistas ya que para ellos está justificada la posible secesión con el pertinente referéndum a la catalana porque así lo sienten aunque los hechos fácticos y constatables demuestren lo contrario. 
“Votar siempre es democrático”. Es cierto que democracia es urna y que democracia es votar. Los catalanes independentistas consideran que tienen derecho a voto y que cualquier ataque contra ese derecho a voto es ataque contra la democracia. Por tanto, se ha llegado incluso a considerar que, como España no ha permitido plenamente el derecho a voto, España no debe ser considerado como un país democrático. 
Dicho así queda bonito como lema de la campaña del 1-O pero aquí hay gato encerrado. Los independentistas catalanes siguen la siguiente lógica: como generamos más riqueza que ninguna otra comunidad autónoma, y por eso nos hemos ganado un derecho a decidir que no existe, junto a la concepción de que Cataluña únicamente pertenece a los catalanes, solo podemos votar los catalanes. La conclusión es muy sencilla, no hay nada más peligroso que una idea cuando se tiene solo una.
La única salida que España tiene ante esta situación es más democracia pero con urnas y censos reales y constatables. Y cómo no, que por lo menos se haga con todas las garantías democráticas, no que nos encontremos con que de cinco personas han votado ocho y cuatro de esas ocho, sean exactamente la misma persona. Por tanto, votar es democrático siempre y cuando se haga conforme a la ley y bajo determinados presupuestos.
“Independientes somos autosuficientes”. Hay algunos expertos y analistas que han llegado a afirmar que Cataluña cuenta con muchos atributos de ser un Estado independiente exitoso. Algunos argumentos que suelen plantear es que cuenta con una economía diversificada y como una de las regiones que mejor productividad potencial puede presentar unido a la internacionalización de su economía.
Si bien, hay que tener en cuenta que todas estas previsiones y suposiciones se hacen manteniendo diversos aspectos del status quo que no tienen por qué mantenerse, motivo por el cual diversos analistas han llegado a rectificar sus propios informes. Por un lado, la UE ha declarado que Cataluña no entrará en ella, mientras que es cuestionable o casi improbable que Cataluña cuente con el euro a medio o largo plazo pues, ante la situación insostenible, se vería obligada a contar con una divisa catalana propia. A todo ello, habría que sumarle la estampida de empresas privadas y trabajadores ante la incertidumbre que se plantea.
Nos encontramos con un panorama curioso. Por un lado, un alfil que se mueve por sentimientos demostrando que el corazón tiene razones que la razón no entiende y, por otro lado, un Estado de Derecho que tiene que buscar una salida sensata para salir de esta situación controvertida.
Esperemos, así pues, que el desenlace de la película sea diferente para que, cuando se cierre el telón, el título de la función sea otro y España entera aplauda.
El debate, pues, está servido.

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