¿Están los partidos preparados para electores más activos?

Mireia Soles, estudiante del Doble Grado en Derecho y Global Governance, Economics & Legal Order, debatiente en ESADE y Campeona Nacional, se cuestiona el funcionamiento político tras lo recientemente acontecido en Cataluña.
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En estas últimas semanas, hemos podido seguir, cuasi telegrafiada, la ruptura entre los dos partidos del gobierno catalán, Junts x Cat y Esquerra Republicana. Los primeros compases del último acto de una relación tempestuosa sonaron con la destitución de Jordi Puigneró, quien era el máximo representante de Junts en el Govern. Una destitución que fue el prefacio para una consulta a la militancia del partido, y que bajo la pregunta si Junts debería seguir en el gobierno, acabó consolidando la separación.

Más allá de las consecuencias inmediatas y la incertidumbre de la legitimidad del Govern, la situación nos invita a una reflexión más profunda sobre nuestro cambiante sistema de partidos. Como evidencia la situación vivida en la Generalitat, y como también se vio en Calle Ferraz a grito de “Con Rivera no”, el peso de las decisiones de los partidos se está trasladando a los electores, las famosas bases. Y al albur de la trascendencia de estas decisiones, esto es una realidad que la clase política no puede obviar.

Desde un punto de vista sociológico, esta transición es de lo más natural dado que, con la extensión de las redes sociales y el creciente acceso a la información, el ciudadano debe ser convencido y busca tener un papel más relevante en las decisiones. Especialmente acuciado se ve este sentimiento en los jóvenes, un sentimiento que comparto plenamente. Mi generación ha crecido en paralelo a la explosión de la era de internet, con toda la información a solo una búsqueda, y en consecuencia, las ideologías invariables o las políticas firmadas desde un despacho obscuro, van quedando relegadas.

Sin embargo, la presencia de más actores en el proceso de toma de decisiones de un partido puede tensar aún más un sistema caracterizado por la ausencia de capacidad de pacto. Nuestra política adolece de un desapego total por el consenso, lo que de por sí ya dificulta la gobernabilidad, pero si se añade un nuevo elemento disruptivo como es la mayor capacidad de decisión de las bases, la estabilidad de los gobiernos puede quedar en jaque. Como vemos en Cataluña, a dos años de terminar la legislatura el Govern manda con el apoyo de solo un 24% del electorado.

Ante este fenómeno, la clase política no puede quedarse inmóvil y ha de capitalizar la oportunidad que unos electores más activos le brindan. Si bien desde hace años ya ha habido intentos de encauzarlo, a mi parecer aún los partidos no han entendido correctamente como hacerlo. Unos pecan de soberbios no prestando suficiente atención mientras que otros ceden demasiado, cediéndoles el control del rumbo del partido. Se necesita un nuevo planteamiento. Uno que no marginalice a las bases pero que no les de las llaves del partido. Que su voz se escuche, pero no necesariamente por encima de todas las demás. Ahora solo queda esperar que a los partidos les ha llegado el turno de mover ficha.

Así pues, el debate está servido.

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