¿Ha llegado la hora del superhombre?

Después de la controversia sobre la edición de genes en humanos, Sergio Cuéllar Sanz, estudiante de Bioquímica y ganador del IX Tres Culturas, pone este tópico bajo microscopio.
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Desde el vuelo de una mosca hasta la forma de los trazos de un pintor, todo lo que hacemos y somos está codificado por nuestros genes. El ADN que contienen actúa como un manual de instrucciones compuesto por combinaciones de cuatro letras.
Pero ¿qué pasa cuando podemos editar nuestros propios genes?
Permitidme presentaros al sistema de repeticiones palindrómicas cortas agrupadas regularmente intercaladas, o CRISPR por sus siglas en inglés. El sistema CRISPR es un antiguo mecanismo bacteriano que permite la edición de genes; sea cortando, pegando o modificando.
Ya en 2012, se conocía que algunas bacterias tenían un sistema de inmunidad contra virus. Si sobrevivían a uno de sus ataques, guardaban un segmento del ADN vírico en el sistema CRISPR para, la próxima vez que cruzaran caminos, reconocerlo y darle ese segmento a la proteína Cas-9, que actúa como unas tijeras: se acerca al virus y parte su material genético por la mitad, efectivamente, matándolo. La revolución vino cuando se descubrió que la Cas9 es programable; dale cualquier segmento de ADN y lo buscará hasta encontrarlo y cortarlo.
Los humanos somos ligeramente más complejos que una bacteria, pero a nivel genético no somos tan distintos. Cuando queremos editar un gen (el color de los ojos, por ejemplo), sintetizamos en el laboratorio un pequeño segmento de ADN que se corresponda con el gen que queremos editar. Este fragmento servirá como un sistema de apuntado para la Cas9, que irá buscando por todo el genoma humano hasta encontrar una coincidencia con una precisión de cirujano.
Una vez que el gen que queremos editar está eliminado, la célula intenta reparar el daño que hemos causado de dos formas distintas: bien une los dos extremos que quedan de forma chapucera y elimina nuestra expresión del color de ojos, dando ojos rojos como los de un albino. Por otro lado, si añadimos al cáliz una misma copia del mismo gen que hemos recortado, pero con las modificaciones que queremos hacer, se tomará como molde y se aceptan los cambios que hemos hecho.
Obviamente, esto no se puede hacer con todo un cuerpo humano completamente desarrollado, pero lo que es posible es tratar sangre, médula ósea o embriones, como se hizo en China a unas mellizas para inmunizarlas ante el virus del VIH.
La ingeniería genética ya ha cruzado la frontera de lo que es científicamente factible para entrar a la de lo que es moralmente aceptable. ¿Hasta qué punto es aceptable modificar las capacidades del cuerpo? ¿Cuándo pasamos de evitar enfermedades letales genéticas a modificar inconveniencias o mejorar el físico? ¿Cómo se regularían en pruebas físicas como las Olimpiadas? ¿Tenemos el derecho a exterminar razas enteras de seres vivos microscópicos porque son ligeramente inconvenientes a la raza humana?
Con todas estas dudas y ventajas, tengan claro dos cosas: que la ingeniería genética está ligada al futuro humano, y que el debate está servido.

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