Algo que suele sorprenderme en debate es el tratamiento que recibe China como país y, sobre todo, como sociedad. Me explico, cuando se habla de ciencia se piensa en China como de los primeros países en lucha de la «modernidad», pero cuando hablamos de las vivencias sociales se la constituye como un país tan contrario a la «modernidad» que es capaz de seguir una estructura social ligada a un modelo más propio del siglo II a.n.e. que de una sociedad del siglo XXI n.e.
Creo que esta concepción se construye encima de una visión occidentalizada de la historia de la China (y de su pensamiento) que la consigue anacronizar: la sociedad china queda encerrada en un espacio que es inmune al paso del tiempo. Esta concepción suele ignorar dos cuestiones principales: los efectos del capitalismo globalizador y los efectos de la ideología del estado chino del último siglo.
El capitalismo globalizante es un efecto intrigante a nivel económico, pero los efectos que tiene en la capacidad de modificar el comportamiento social de los individuos es aún más interesante. Este tipo de economía favorece un modelo nuclear de familia mediante dos pilares fundamentales: la capacidad del individuo de generar dinero de forma autónoma y la revalorización de la actividad individual. Estos dos efectos, que no se producen tanto por la idiosincrasia local como por la constitución del modelo económico, fuerzan la desintegración de los núcleos familiares fuertes en núcleos familiares mucho más pequeños y débiles.
Pero no solo tenemos que observar a los efectos del capitalismo como modelo económico en la constitución social, ya que se me podría acusar de ignorar tanto la población que no es directamente afectada por estos procesos como de no atender a las dinámicas históricas que han convertido a la sociedad china en lo que es hoy.
Por esto mismo, es necesario repasar brevemente la historia del último siglo en China: ya desde la Revolución de Mayo de 1912 (que dio paso a la constitución de la República de China) existe desde el estado un rechazo sistemático de la ideología confuciana, ya que la culparon del “retraso” económico y tecnológico de la China. No solo existe este rechazo ideológico, sino que nos encontramos que con la victoria en la guerra civil por parte del bando comunista, la ideología se ha trasladado a la práctica: eventos como la Revolución Cultural (1966-76) demuestran que el rechazo del confucianismo a nivel social y político solo aumentó (y, trágicamente, se volvió más violento) con el tiempo.
Ya para finalizar, debemos recordar que, aún observando estas dos razones que parecen favorecer una respuesta sencilla a un problema muy complejo, tampoco podemos olvidar los nuevos intereses de Xi Jinping de resucitar antiguos elementos del confucianismo o la capacidad de la China rural, donde han afectado menos estás dinámicas, de mantener estructuras sociales arraigadas. Pero, si el presente artículo ha sido capaz de problematizar lo que parece ser una respuesta asumida en el circuito, ha cumplido su objetivo.
Así pues, el debate está servido.