Buenos días y bienvenido, Miguel.
Muchas gracias
Para los lectores que no te conozcan, cuéntanos cómo entraste en el mundo del debate.
Mi primer contacto con el debate fue en Navarra. La Universidad Pública de Navarra organiza cada año un torneo dirigido a estudiantes de bachillerato de distintos institutos y colegios de la región. Es una excelente manera de introducir a los jóvenes en el mundo del debate desde la etapa escolar. Cuando participé en ese torneo, no tenía ninguna experiencia en debate. No sabía qué era una refutación ni entendía bien la dinámica. Aun así, me animé a formar un equipo con algunos compañeros y compañeras del colegio. Para sorpresa de nuestros profesores, fuimos avanzando rondas y, al final, me otorgaron el premio a mejor orador del torneo. Fue un gran refuerzo positivo que me hizo pensar que quizá tenía habilidades para esto. A partir de ahí, cuando me trasladé a Madrid para estudiar en la Universidad Carlos III, decidí seguir explorando y desarrollando mi pasión por el debate.
¿Cómo sentiste ese salto de escolar a universitario?
Es curioso porque, aunque muchos debatientes han vivido experiencias similares, cada uno lo afronta de manera diferente. Algunos no sienten un gran impacto, mientras que para otros supone un cambio radical. Cuando llegué a la Universidad Carlos III, al principio no tenía claro cómo integrarme en el mundo del debate universitario. De hecho, durante mi primer año de carrera no llegué a debatir. Fue una etapa de adaptación, en la que me di cuenta de lo importante que es que los clubes de debate que ahora están en plena expansión, sean más accesibles y lleguen a más personas.
El salto al debate universitario fue un gran reto. Venía de una experiencia muy positiva y, de repente, me encontré compitiendo con personas de distintos lugares, con muchísimo talento y un nivel altísimo. Fue un choque de realidad, pero también una oportunidad para aprender. Me apoyé en mis compañeros de la Carlos III, observé sus estilos y métodos, y poco a poco fui absorbiendo lo mejor de cada uno. Creo que esa diversidad de referencias fue clave en mi crecimiento como debatiente.
Entonces, ¿sigue habiendo nervios a la hora de hablar? ¿Cómo llegaste a ser un debatiente experimentado?
Bueno, tampoco diría que los he superado por completo. Los nervios siempre están ahí. Lo que cambia con el tiempo es la manera de gestionarlos. Ahora, en el ámbito laboral, donde también hablo en público con frecuencia, he aprendido a manejarlos mejor. La clave no es intentar ocultarlos, sino saber controlarlos.
Al principio, me ponía nervioso como cualquier otra persona. De hecho, cuando empecé a debatir y a hacer exposiciones, siempre llevaba un objeto en la mano para canalizar la tensión. Vi en una película que alguien usaba un clip, así que probé con eso. Luego pasé a un bolígrafo, que me ayudaba a mantener la calma. Con el tiempo, dejé de necesitarlo, pero lo más importante fue aprender a conocerme y entender cómo gestionar esa presión. En momentos clave, los nervios siempre aparecen, así que cada uno debe encontrar sus propias herramientas y trucos para controlarlos. Al final, lo esencial es conocerse a uno mismo y saber qué funciona mejor para mantener la calma.
¿Podrías contar alguna experiencia tuya dentro del mundo del debate?
Creo que mi mayor experiencia fue cuando finalicé mi etapa como debatiente. Mi trayectoria comenzó en 2017 con el torneo de bachillerato, y en 2020 gané la renovada ledu. En 2023, ya tenía claro que sería mi última competición. Entre medias, pasé un año fuera, trabajando en el Parlamento Europeo como parte de un Erasmus. Cuando regresé, sabía que tenía un año y medio para aprovechar al máximo. Participé en muchos torneos, entre ellos el de Salamanca, que logramos ganar. Pero mi despedida definitiva sería en la ledu 2023. El torneo comenzó de forma complicada. Perdimos el primer debate y, además, el equipo no terminaba de entenderse. Recuerdo subirme al tren con la mano temblando por la tensión. En el segundo debate intentamos recomponernos, pero volvimos a perder. Al final del día, con un balance de dos derrotas y un debate más en la fase de grupos, decidimos relajarnos y disfrutar de Córdoba.
Esa noche hicimos cálculos y nos dimos cuenta de que, si ganábamos el siguiente debate y se daban ciertos resultados en otros enfrentamientos, aún teníamos una posibilidad matemática de pasar de ronda. Fue entonces cuando mi compañero Juan José, que también se retiraba del debate, y yo decidimos que, pasara lo que pasara, queríamos recordar ese último debate con cariño. Al día siguiente nos levantamos con otra mentalidad, nos entendimos mucho mejor como equipo y logramos ganar. Por pura casualidad, el otro resultado que necesitábamos también se dio, y conseguimos clasificar gracias a un voto de diferencia en un debate anterior. A partir de ahí, fuimos encadenando victorias hasta llegar a la final. Para mí, esa final en Córdoba fue muy especial.
Poder vivir esta última final rodeado de compañeros, amigos y personas con las que compartí años de debate fue increíble. Perdimos la final, y claro, habría sido bonito cerrar la etapa con una victoria, pero el recuerdo que tengo es maravilloso. Desde el inicio, con los niños cantando, hasta el ambiente en el auditorio, todo fue precioso. Es, sin duda, una experiencia que siempre llevaré conmigo.
Bueno, igualmente, como debatiente, tendrás técnicas para mejorar ¿no? ¿Cuál dirías que es la mejor?
Aunque suene a tópico, conocerse a uno mismo es clave. Pero, al final, la mejor manera de mejorar es practicando, como ocurre con cualquier habilidad, desde montar en bicicleta hasta hablar en público. En el debate, la clave está en debatir, debatir y debatir continuamente. Personalmente, nunca he sido de ensayar discursos de manera repetitiva. A mí me ha funcionado más la práctica en situaciones reales. Por eso, creo que la mejor forma de aprender es ponerse a prueba constantemente. Es fundamental entrenar con compañeros y compañeras, siempre con un punto de competitividad sana, para que no sea solo un ensayo, sino una experiencia de aprendizaje real.
El debate académico no se trata solo de prepararlo todo al milímetro; también implica desarrollar habilidades de improvisación y reacción. Por eso, es importante entrenar mucho, hacer ejercicios variados y analizar el propio desempeño. Como formador, veo que la mejor manera de aprender es equivocarse, recibir retroalimentación y corregir sobre la marcha. Puedes explicar mil veces una teoría, pero hasta que alguien no la pone en práctica y se enfrenta a errores, no la interioriza del todo. En resumen, la clave no es solo practicar, sino hacerlo con intensidad y en un entorno que simule la realidad del debate.
¿Cómo aplicas tú la oratoria en tu día a día?
En mi día a día, aplico constantemente las habilidades que he desarrollado en el mundo del debate. A nivel laboral, trabajo como formador en la Universidad Pública de Navarra, donde entreno a equipos de debate. Ser formador también implica un aprendizaje continuo en oratoria, ya que no solo debes comunicar bien, sino hacerlo de manera asertiva para que el mensaje llegue de forma efectiva y genere un verdadero aprendizaje en los demás. Además, soy concejal en el ayuntamiento, y en el ámbito político el debate es una parte fundamental. Participar en comisiones, intervenir en sesiones y defender posturas forma parte de mi rutina. Al final, hablar en público se ha convertido en algo más que una habilidad: es una forma de vida.
¿Tienes referentes en el mundo del debate?
Sí, aunque mi generación se crió en un momento en el que la Liga Nacional ya no existía. De hecho, la primera edición de la Liga Nacional que se retomó fue la que gané, por lo que no tuve la oportunidad de crecer viendo a grandes figuras del debate en activo. Más que referentes lejanos, los míos han sido mis propios compañeros y amigos, personas con las que he compartido debates y de quienes he aprendido muchísimo.
Por ejemplo, Guillermo Fernández es un gran amigo y compañero, y sin duda, un referente para mí. Irene Bailón también ha sido una figura importante en mi trayectoria. Además, todos mis compañeros de la Universidad Carlos III han influido en mi crecimiento como debatiente. Con Juanjo he compartido muchos debates, y con Adrián Fernández he aprendido especialmente sobre la importancia de comunicar emocionando. En debate, a veces nos obsesionamos con los argumentos y las evidencias, pero conectar con el público es clave, y Adrián siempre ha sido un referente en ese aspecto. No puedo dejar de mencionar a Nazaret, quien ganó conmigo la ledu 2020. Aunque después decidió opositar y ha tomado un camino profesional diferente, es una de las personas más brillantes que he conocido. Estoy seguro de que, cuando logre su objetivo en el ámbito judicial, volverá al mundo del debate con un papel destacado.
En definitiva, mis referentes han sido mis propios compañeros y compañeras, personas con las que he compartido experiencias, aprendido y crecido a lo largo de los años.
Por último, ¿qué consejo le darías a un orador novato?
Disfrutar, disfrutar y disfrutar. Recuerdo que en mi primer torneo lo pasé increíble porque era un completo inconsciente; no sabía nada sobre debate, pero me dejé llevar por la experiencia. Con el tiempo, empiezas a exigirte más, tienes expectativas, compañeros que también buscan mejorar y, a veces, eso puede convertirse en una carga. Para mí, la clave del éxito y del crecimiento fue entrar a cada debate con la mentalidad de disfrutarlo. Lo hacía porque me apasionaba, porque quería mejorar y porque realmente me hacía feliz. Creo que en el momento en que dejas de centrarte únicamente en el resultado y empiezas a disfrutar el proceso, es cuando realmente alcanzas el éxito. Esto no solo aplica al debate, sino también al deporte o a cualquier otra disciplina. Cuando te enfocas en lo que te gusta y en vivir la experiencia plenamente, los buenos resultados llegan de manera natural.
Pues muchísimas gracias, Miguel.
¡Muchas gracias a vosotros! Ha sido un placer.