España se encuentra ante la escalofriante encrucijada de unas cuartas elecciones generales en cuatro años ante la imposibilidad de que nuestra clase política se ponga de acuerdo para investir a un presidente del Gobierno con plenas funciones. Ante esta situación, ¿sería conveniente replantearnos nuestro modelo de investidura a uno basado en unas elecciones presidenciales?
En el actual sistema, son los diputados en el Congreso los que votan al presidente en nombre de la ciudadanía, siendo, por tanto, una elección indirecta. En el modelo de elecciones presidenciales, son los ciudadanos los que eligen directamente en unos comicios al que quieren que ocupe el cargo de presidente del Gobierno. Esta interesante pregunta es, en esencia, una batalla dialéctica entre la defensa de la representatividad y la gobernabilidad. La democracia intenta equilibrar la balanza entre ambos aspectos ya que deben cohabitar para que el modelo sea verdaderamente democrático –valga la redundancia– y a la vez efectivo. La principal baza del sistema de elecciones presidenciales recae en su seguridad; sí o sí alguien va a ser elegido presidente del Gobierno porque la decisión recae directamente en los ciudadanos. Evitaríamos así la dantesca performance de nuestros políticos abocándonos a continuas repeticiones electorales, que acaban por consumir a la ciudadanía en la pasividad, el desconcierto y el cansancio.
Además, a mi juicio, la implantación del modelo de elecciones presidenciales supondría un incremento de la calidad democrática ya que finalmente podríamos dar nuestra confianza, personal y directa, a aquel candidato que queremos que gobierne nuestra nación y no a unos diputados, en listas herméticas y cerradas, que ojalá saber qué harán una vez en el Parlamento. Sin embargo, no es oro todo lo que reluce. Ciertamente, el modelo de elecciones presidenciales no garantiza la gobernabilidad en ningún caso, ya que el ejecutivo y el legislativo pueden estar en manos de diferentes formaciones políticas causando un grave bloqueo político e institucional. Junto con esto, es un hecho que la implantación del nuevo sistema supondría una pérdida de la representatividad de las políticas del gobierno ya que este no tendría que pactar, dialogar y ceder ante otros partidos para continuar en la Moncloa.
Ante esta difícil disyuntiva, ¿qué prima para ti, la gobernabilidad o la representatividad?, ¿preferirías votar tú directamente al presidente del Gobierno, o continuar con el modelo actual?
Así pues, el debate está servido.