Como dice el dicho “el pasado, pasado está”, o quizás no. En los últimos años hemos podido ver como el presidente de México, Andrés López Obrador, reclamaba a España que pidiera disculpas por la conquista llevada a cabo en el siglo XVI, y hace pocos meses Isabel Díaz Ayuso comentaba cómo la intervención española en América había sido la que había civilizado el continente. Ambos casos, y muchos otros episodios de nuestro pasado tan controvertidos como la crisis de Cuba, la Guerra Civil o la ocupación del Sahara occidental, plantean la siguiente polémica: ¿debemos asumir la culpa de acontecimientos de nuestro pasado?
Hay que tener en cuenta que el pasado y los acontecimientos de este; conflictos, epidemias o acuerdos de todo tipo, determinan el rumbo que siguen los Estados a lo largo de su historia e influyen de gran manera en estos. Aquí es cuando tienen más sentido las palabras de Cicerón; “Historiae magistra vitae est”, la Historia es la maestra de la vida. Conocer nuestro pasado es importante para entender nuestro presente ya que, como las fichas de un dominó, lo que ocurre en el pasado tiene impacto en el presente y así podemos entender como encaminar nuestro futuro.
Por un lado, entender nuestro pasado nos hace conscientes de lo que suponen estos acontecimientos, muchos de ellos de dudosa legitimidad o de consecuencias de gran magnitud. De esta manera, asumir la culpa de ellos sería una forma de mostrar cierta comprensión de nuestro pasado y sus consecuencias para nosotros mismos o para otros que se vieron afectados en ese momento y cuyas consecuencias arrastran hasta la actualidad. Incluso se podría considerar como una forma de acercar las relaciones entre países “históricamente” enfrentados o alejados, pues supone una forma de reconocer los errores de nuestro pasado al mismo tiempo que aceptamos lo que supone para otros.
Por otro lado, no podemos olvidar que el mundo ha cambiado, nos guste o no, y nuestro presente poco tiene que ver en muchos aspectos con nuestro pasado, aunque aún se arrastren los efectos que tiene. Es por ello por lo que, como sociedades y Estados modernos, contemporáneos, asumir la culpa de los acontecimientos históricos de nuestro pasado no solucionaría ni cambiaría lo ocurrido.
Puede ser incluso un motivo para aumentar la crispación entre países, pues si nuestro pasado puede ser polémico per se, más incluso puede ser como lo tratemos o reconozcamos. Además, no podemos dejar que nuestra visión de la realidad se imponga al hablar del pasado, un pasado que correspondía a una realidad completamente diferente tanto a nivel de perspectivas, ideales o moralidad y que incluso entre los especialistas está en constante revisión.
En definitiva, el pasado no nos define, aunque sí nos condiciona, y negarlo es negar aquello que vino antes que nosotros, pero tampoco podemos hacer que nuestro presente dependa de como afrontamos lo que ocurrió en nuestro pasado, ya que sino el futuro está condenado a temer al presente.
Así pues, el debate está servido.