¿Debemos cambiar los límites de lo publicable?

¿Dónde reside el límite entre la noticia y la privacidad? Jose García Nieto, graduado en Periodismo, trae la pregunta a modo de debate.
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Esta era la pregunta con la que Cánovas Fundación retaba a los jóvenes debatientes en su último torneo nacional, y no voy a negar que me sorprendió. El mundo del debate siempre suele estar marcado por el Derecho, la Economía, las cuestiones territoriales o los conflictos y crisis mundiales, pero poco o nada se habla sobre Comunicación, con C mayúscula, a pesar de que nos afecta más de lo que realmente pensamos.

Volviendo a la pregunta en torno a la que gira esta pequeña tribuna, ¿debemos cambiar los límites de lo publicable? Es una pregunta complicada, que da para más de un torneo, más de un folio y más de un libro. Por lo pronto tenemos que entender qué es publicable, y no es una cuestión menor. La R.A.E. define “Publicable” como “Aquello que se puede publicar”, una definición bastante vaga que no nos vale en absoluto. A la definición de “Publicable” no vamos a llegar buscando en diccionarios, ya os lo adelanto.

Para entender la verdadera relevancia de la palabra, o más bien de la cualidad de publicable, tendríamos que indagar en los propios orígenes de la democracia. La democracia, grosso modo, permite al ciudadano formar parte de su comunidad, ofreciéndole voz y voto para elegir lo que considera mejor para ella. ¿Qué significa esto? Que para que la democracia sea de calidad un ciudadano debe estar informado para tomar decisiones. ¿Y quién se encarga de esto? Los medios de comunicación, más o menos.

Lo publicable, siguiendo la línea de pensamiento del filósofo y sociólogo Jürgen Habermas, uno de los máximos exponentes en estudio de la Comunicación y la Opinión Pública, es todo aquello a lo que la Opinión Pública, entendida como la preferencia o tendencia de un grupo hacia un asunto de interés público, puede acceder para formarse y poder ejercer su legítimo derecho democrático. Dicho de otra forma: algo es publicable en la medida en la que va a repercutir en el correcto ejercicio de la democracia por parte la Opinión Pública. 

¿Cuál es el problema, entonces? Que se ha confundido interés público con interés del público, que suenan igual pero son términos infinitamente diferentes. Que Cristiano Ronaldo tenga un hijo es de interés del público, pero no es de interés público, puesto que esta información no va a ayudar a que nuestro país mejore o a que la actual situación política cambie. Sin embargo, los medios dan pan a los hambrientos, y en una sociedad en la que todos vamos con prisas, en la que hacemos lectura en diagonal y en la que solo venden los grandes titulares, eso es un problema. Y no es solo culpa de los medios. La culpa es nuestra.

La culpa es nuestra porque no tenemos educación mediática, porque no sabemos cómo funcionan los medios de comunicación, porque no sabemos qué significa estar informados, porque hemos pasado de leer para informarnos a leer para entretenernos, y el entretenimiento no es siempre información, porque el entretenimiento es interés del público, y no interés público. Los límites de lo publicable están claramente definidos en los artículos 18 y 20 de la Constitución de España, como lo están tipificados los delitos en el Código Civil. Los límites existen, y no hay que cambiarlos. Lo que hay que hacer es aplicarlos y enseñar a la población a estar informada.

Me gustaría lanzarte una pregunta a ti, que lees estas líneas: ¿te consideras informado? Si la respuesta es “no”, mal vamos. Si la respuesta es un “claro y rotundo sí”, me gustaría preguntarte “¿Por qué?”. La mayoría de personas que conozco se consideran informadas por seguir a los periódicos en Facebook y Twitter, pero si seguir a los medios en Facebook y Twitter es estar informado que baje Dios y lo vea, porque es como si me considerase futbolista porque no me pierdo un partido de fútbol. 

¿Qué sabe la población sobre autorregulación de los medios? ¿Qué sabe sobre líneas editoriales? ¿Sobre agencias, sobre Relaciones Públicas? ¿Qué sabe la población sobre Comunicación, sobre Periodismo, cuando la profesión del periodista ha quedado desprestigiada hasta más no poder, cuando los medios se ven obligados a publicar “10 cosas que no sabías sobre tu perro” para llamar tu atención y rascar tus clics, o cuando lo que realmente vende es un buen clickbait? ¿Es eso culpa de los medios? No, es culpa nuestra, porque es lo que les pedimos, y los medios y periodistas no viven del aire.

A riesgo de sonar sonar demasiado categórico, desde mi punto de vista lo que se debería hacer es fomentar la educación mediática. Lo que se debería hacer es enseñar a la población lo que significa consumir información, consumir medios de comunicación y lo que significa estar informado. Tenemos un problema cuando un joven de 18 años recién cumplidos puede recitar la alineación del Real Madrid pero no sabe qué es un programa político, qué significan unas elecciones, quiénes son sus dirigentes políticos o, sin ir tan lejos, quién es el alcalde de su ciudad. Lo que se debería hacer es coger unos límites que ya existen y aplicarlos según corresponda, como establece la ley. Y aquí es donde puedo entender la postura a favor.

¿Cómo aplicamos unos límites establecidos hace años, cuando las redes sociales eran poco más que un concepto, en un mundo en el que se publican 500 millones de tweets al día de forma anónima? Quizá la llegada de las redes sociales, de la instantaneidad, haya provocado que estos límites puedan difuminarse, o que estos derechos no sean ahora tan evidentes como eran antes. ¿Es una persona con muchos seguidores en Twitter un personaje público? ¿Acaso por publicar fotos con mis amigos en Instagram veo mermado mi derecho al honor o a la intimidad?

Estas preguntas son las que hacen que el argumentario a favor cobre sentido, cuando se expone que los límites están anticuados y no se adaptan a la sociedad actual, debido a que las líneas que separan lo legal de lo ilegal, lo publicable de lo no publicable, son muy, muy delgadas. A fin de cuentas, el derecho debe adaptarse a la sociedad y evolucionar con ella. Así, nos encontramos ante un panorama realmente interesante sobre el que hay mucho que investigar y mucho por debatir.

Por un lado, nos encontramos con una defensa a ultralanza de unos límites ya existentes que, simplemente, habría que aplicar llegado el caso. Por otro lado, tenemos una crítica hacia la obsolescencia de estos límites y su falta de adecuación a la sociedad actual.

El debate, pues, está servido.

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