En 2012, la Unión Europa recibió el Premio Nobel de la Paz “por su contribución durante seis décadas al avance de la paz y la reconciliación, la democracia, y los derechos humanos en Europa”. Dicho premio era un reconocimiento al mayor éxito de la Unión: conseguir el más extenso periodo de paz y prosperidad que el continente ha visto en su historia moderna.
Frente a este carácter pacifista, resulta sorprendente que líderes europeos de la talla de Emmanuel Macron o Angela Merkel hagan llamamientos a la creación de un ejército común. Veamos sus razones:
La primera, y más importante, es la de responder al contexto geopolítico al que nos enfrentamos. Países como Rusia o China condicionan cada vez más las políticas europeas, mientras Estados Unidos, a pesar de ser un aliado valioso, responde a sus propios intereses. Frente a ello, un ejército común fuerte podría generar un poderoso efecto disuasorio y darle más peso a la Unión en asuntos de política exterior.
En segundo lugar, la creación de un ejército común podría hacer mucho más eficiente la defensa de los estados miembros, al unificar estrategias y doctrinas. Por ejemplo, ¿qué sentido tiene que Chequia, un país enteramente rodeado por otros estados miembros, tenga un ejército del aire? La unificación de nuestras fuerzas armadas solucionaría estas ineficiencias al emplear una estrategia que nos tratase como un bloque unido. En contraposición, los críticos con esta tesis podrían argumentar que no es necesaria la creación de un ejército común para enfrentarnos a nuestros problemas, ya que con una mayor cooperación y compromiso en el seno de la OTAN sería suficiente.
Adicionalmente, debemos preguntarnos qué significado tienen las fuerzas armadas para el estado al que pertenecen. Lo cierto es que son la herramienta más importante con la que cuentan los propios estados para garantizar su soberanía e intereses. Si bien la Unión Europea se fundamenta en la cesión de soberanía de sus estados miembros, la creación de un ejército común podría ser una cesión inconcebible, y probablemente un paso fundamental en la creación de un superestado europeo.
Los problemas complejos no tienen soluciones simples, y la respuesta a las necesidades de la Unión Europea probablemente pase por un compromiso entre las partes enfrentadas del debate. Por ello, es fundamental que sigamos preguntándonos qué soluciones e implicaciones tendría continuar en la senda de integración europea, incluso por la vía militar.
Al fin y al cabo, si vis pacem, para bellum.
Así pues, el debate está servido.