Javier Abellán, estudiante de Biomedicina y miembro de la Sociedad de Debates UFV
Antes de entrar en harina al respecto de un tema que no deja indiferente a nadie, quiero aclarar que yo soy un hombre cis, de modo que lo que procedo a describir no es una experiencia ni una vivencia, sino una opinión derivada de la reflexión y el análisis crítico de los argumentos expuestos a favor y en contra de la aceptación de personas trans en los deportes segregados. Añadir, además, que esta opinión no pretende ser imparcial ni objetiva, sino que expresa lo que, a día de hoy, yo pienso.
La segregación por sexos en deportes y competiciones es un componente indivisible de la construcción histórica de los roles de género y de las características físicas asociadas a los sexos. Ahora bien, la reciente apertura de occidente a las disidencias de género y su creciente inclusión en la vida pública rompen con la rigidez de la clasificación binaria del mundo.
Cabe destacar que ciertas divisiones carecen total y absolutamente de sentido (como el género en ajedrez); mientras que otras se pueden disfrazar de validez pseudocientífica. La premisa de la que parten estas últimas es la de que el hombre y la mujer nacen dotados de características fisiológicas sustancialmente diferentes y que les separan necesariamente en escalafones distintos. De existir una diferencia intersexo para el desempeño en determinados deportes (tomemos como ejemplo el fútbol) la segregación no debería imponerse, sino que sería la conclusión natural de la clasificación por desempeño de los distintos jugadores. Tiene poco sentido, además, que un hombre como yo (que carezco del talento, la habilidad e incluso de las ganas para jugar al fútbol), tenga la posibilidad de jugar en un equipo de Primera División, mientras que una mujer que dedica tiempo, esfuerzo y tenacidad al deporte no tenga la posibilidad porque carece de los genitales o cromosomas que consideramos necesarios para ese desempeño. Si realmente consideramos que el cromosoma Y dota al ser humano de mayor fuerza y resistencia; mientras que el cromosoma X aporta flexibilidad y gracilidad, no tiene sentido que establezcamos las divisiones, porque las divisiones se establecerán solas.
A este primer argumento siempre sigue una lógica que promulga que “si las mujeres no tienen su propia categoría, no ganarían nada en ciertos deportes”, a lo que yo respondo tres cosas:
- Presume que las mujeres necesitan de un trato especial para alcanzar logros similares o superiores a los de los hombres.
- No es excluyente participar en un mismo campeonato y premiar a la mejor jugadora o hacer ligas por equipos de otras categorías (como los campeonatos sub21 en fútbol).
- ¿Por qué es eso malo? Si efectivamente el desempeño deportivo de un sexo es superior (cosa que no es apodíctica), evidentemente deberá ganar. Ya existen diferencias interindividuales intragénero y no diferenciamos en base a ellas (no tenemos el campeonato de baloncesto de quienes miden más de 1,90m).
Una vez establecida la idea de la ausencia de necesidad de la división por sexo, volvamos al mundo en el que nos toca vivir; ese mundo en el que la división por sexo existe. Se nos plantea un problema de alto calibre: ¿a qué división del deporte debemos asignar a las personas disidentes de género? (que no pertenecen al género al que son asignadas al nacer)?.
Tenemos que tener en cuenta aquí la tasa de seguimiento y, por tanto, de éxito de cada versión del deporte; y es que la inmensa mayoría de los deportes que a día de hoy tienen un alto nivel de exposición y, por tanto, de fama e ingresos son las variantes masculinas del deporte (fútbol, baseball, tenis, etc.). Esto quiere decir que no existen incentivos para los hombres cis de cambiar fraudulentamente su género para poder participar en la versión femenina del deporte, puesto que de hacerlo renunciarían tanto a la exposición mediática como a los ingresos derivados de la visualización de los eventos deportivos. Si ante lo que en realidad nos encontramos es una mujer trans, que efectivamente compite en la categoría femenina porque es a la que pertenece (en un mundo en el que el deporte está segregado), entonces la “ventaja” que le confiere su cromosoma Y no es diferente a la que un arquero con una visión perfecta tiene sobre alguien con astigmatismo.
Al contrario, si suponemos el caso de una mujer trans que participa en deportes descritos para atletas masculinos, entonces se está exponiendo a una desventaja por su “inferioridad en fuerza y resistencia” y es únicamente responsabilidad suya si esto perjudica sus potenciales logros deportivos.
¿Es necesaria la división de género? ¿tiene sentido discutir el posicionamiento de las personas trans en categorías deportivas?
Así pues, el debate está servido.