“¿Si buscan resultados distintos, por qué hacer siempre lo mismo?” Albert Einstein
Fue en el S.XVIII cuando el sistema educativo abandonó un modelo “maestro – aprendiz” y estableció un sistema industrial en el que un maestro ocupaba la parte frontal del aula y “vomitaba” unos conocimientos. Desde esa posición, luego requería a sus alumnos un pensamiento crítico en una prueba enfocada a demostrar cuánto han “aprendido”, o memorizado, como prefieran llamarlo. La realidad es evidente: la sociedad actual es muy distinta a la del S. XVIII.
Hace ya más de cuarenta años que Howard Gardner planteó la teoría de las inteligencias múltiples. Esa cifra sigue aumentando y nuestro sistema educativo sigue pasando por al lado agachando la mirada, sin plantearse si ha quedado obsoleto al centrarse únicamente en algunos de esos modos de aprendizaje.
Cada vez son más los puestos que requieren de trabajadores con dotes en oratoria, asociación de ideas y comunicación interpersonal. Aptitudes, todas ellas, que deberían recibir más atención que la de una mera “exposición en clase”. De este modo, no solo mejoraría el impacto y pragmatismo del contenido educativo, sino que las nuevas generaciones crecerían con algo más valioso que un puñado de preceptos teóricos; la capacidad de documentarse, valorar y argumentar sobre cualquier tipo de información de interés para su aprendizaje. Siguiendo por esta línea, haríamos del aula un temible competidor para las actuales fuentes de respuesta rápida representadas por “Wikipedia”, “Instagram” o “TickTock”.
Por otro lado, las opiniones contrarias a aplicar un sistema educativo más especializado en el resto de las inteligencias múltiples se resumen en dos argumentos principales:
En primer lugar, desde una perspectiva económica, sería necesario un mayor número de asignaturas optativas, docentes y horas lectivas para cubrir esta nueva demanda. Sin embargo, esta implementación sería mucho menos traumática de lo que aparenta, pues los profesionales en centros educativos ya cuentan con cierta formación estas materias, y por tanto, solo requeriría integrar estas disciplinas en la forma de proyectar y evaluar el aprendizaje.
El punto anterior desarrollaba unos requisitos en horas que afectarían a la eficacia del aprendizaje de otras disciplinas, lo cual nos trae al segundo argumento. Es innegable que el secuestro de horas para nuevas líneas resta tiempo de estudio a las ya existentes. Sin embargo,
de acuerdo con la pirámide del aprendizaje del psiquiatra William Glasser, la eficacia de la metodología actual se estima alrededor del 20%. Incluyendo el debate como base en el aula, alcanzaríamos la cota del 70%. Además, si acompañamos al debate con la investigación y exposición de ideas, no solo dotamos al alumno de unas herramientas de oratoria y argumentación esenciales en la vida laboral, sino que el porcentaje de retención de contenidos aumenta hasta el 95%. Un coste muy pequeño que aporta un valor muy grande.
El protagonista es el alumno, déjalo aprender y no tendrás que enseñarlo.
Así pues, el debate está servido.