¿Es el estigma de la inmigración el reflejo de nuestros propios miedos?

Paula Rodríguez Padilla, estudiante de Derecho en la UMA y debatiente en Cánovas Fundación, nos trae un debate que está en boca de todos.
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“Vienen a robarnos nuestros puestos de trabajo”, “vienen a cometer delitos”, “no se quieren integrar” … Son algunos de los mensajes que circulan constantemente y que se extienden a toda la sociedad, generando un prejuicio general hacia los colectivos de inmigrantes. Sin embargo, a pesar de su conocimiento general dada su gran difusión, el origen de tales afirmaciones no es tan claro de localizar. 

Generalmente, los grandes procesos migratorios son asociados a la ruptura de la estabilidad social. Ello otorga una oportunidad a las élites políticas para tomar acción y establecer una serie de propuestas, tales como limitar el número de personas que atraviesan las fronteras de un Estado o expulsar a aquellas que no cumplan con unos requisitos mínimos de permanencia. De esta forma, se adopta un discurso político que se transmite a través de mensajes claros y simples que llegan a toda la sociedad y que le otorgan una sensación de seguridad. 

Sin embargo, al igual que este, otros muchos asuntos son de especial relevancia en la agenda política y requieren solución; por ejemplo, la crisis económica, el desempleo, o incluso la crisis sanitaria provocada por la Covid-19. No obstante, no son problemas de fácil solución y a veces los partidos políticos se ven frustrados en sus intentos de solventarlos. Es por ello que, en numerosas ocasiones, resulta una vía de escape culpar a otro fenómeno de ser la causa de estas situaciones. 

Consiste en una simple estrategia de desviación de la atención de la población hacia asuntos donde se puede apreciar un cierto compromiso por parte de los distintos gobiernos. Al fin y al cabo, siempre es más fácil culpar a la inmigración de ser la detonante de los problemas de nuestra sociedad que afrontar nuestra incapacidad para resolverlos.

Por otro lado, este mensaje originado en las altas esferas llega a toda la sociedad, que fomenta un rechazo generalizado hacia los inmigrantes, sin entender muy bien la razón del mismo. De esta forma, se produce un distanciamiento social entre las personas que no comparten el mismo origen, sin preocuparnos por los motivos que originan estos procesos migratorios, ya que “si se ignoran, no existen”.

No obstante, este comportamiento es inherente a todos los seres humanos, puesto que está ligado a nuestro instinto de supervivencia. Nuestro cerebro está preparado para reaccionar frente a cualquier posible amenaza, actuando contra todo aquello que nos pueda aportar un perjuicio mediante lo que se conoce como “efecto reflector”. A través de él, exteriorizamos nuestros propios miedos, que se materializan en distintos fenómenos que nos rodean y que nos provocan una sensación de rechazo hacia los mismos por suponer una amenaza a nuestra integridad. 

La crisis económica, el desempleo o la Covid-19 son algunos de los mayores miedos que atormentan a nuestra sociedad actual, pero aún más tememos no ser capaces de ponerles fin. Es por ello que la inmigración nos sirve como espejo de estos temores, pero, ¿debemos ignorar o afrontar nuestros miedos?

Así pues, el debate está servido.

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