Si hay un tema polémico respecto a nuestra lengua ese es, sin duda, las adaptaciones que desde hace unos años se están intentando incluir en las palabras que tienen marca de género, las cuales, refiriéndose a seres animados, han estado tradicionalmente en masculino o femenino y, más recientemente, también en neutro, a través del morfema “e”, principalmente. Para entender mejor cómo se está asentando, o no, esta nueva realidad en el lenguaje en nuestro país es necesario hacer un análisis lingüístico y, sobre todo, social.
Por un lado, debemos entender que el lenguaje y la sociedad se retroalimentan, es decir, cuando se ponen en el punto de mira realidades que antes no existían o no estaban visibilizadas se crean nuevas palabras y se adapta la lengua a dichas realidades. Al mismo tiempo, la existencia de términos específicos para referirse a estas experiencias sociales las normaliza y visibiliza, porque permite hablar de y referirse a ellas. Al fin y al cabo, lo que no se nombra no existe.
Dentro de estas formas en las que la sociedad modifica el lenguaje y viceversa, las instituciones encargadas de registrar la norma tienen un papel fundamental, pues son lo que los hablantes consideran que es aceptable o no. Al fin y al cabo, para que se dé un cambio en una lengua hay algo que es imprescindible, el consenso de sus hablantes en que esa variación es aceptable. De eso mismo, se encargaba hasta hace unas pocas décadas la RAE en nuestro país y sus variantes en latinoamérica, de servir como faro a los hablantes sobre que formaba parte de la norma y que no. No obstante, la RAE cambió sus bases hace ya bastante tiempo y ahora no se limita a dictar lo que es correcto y lo que no, sino que únicamente recoge los usos que hacen los hablantes, siempre y cuando estos estén generalizados e independientemente de que se acerquen más o menos a la norma tradicional. Ha sido el caso de “murciégalo” o “almóndiga”.
En este sentido, para que el lenguaje inclusivo sea incluido en la RAE, sería condición sine qua ne que hubiera un uso generalizado del mismo (y que los gramáticos que la forman no estuvieran sesgados ideológicamente, pero ese es otro tema). Que esta adaptación es necesaria ha quedado claro, porque la mera existencia de estas realidades disidentes hace mandatorio que se las designe, sumado a eso, hay colectivos que hacen activismo, específicamente por esta causa, lo cual significa que hay una demanda social. Sin embargo, el uso del lenguaje inclusivo no parece estar extendido de manera general entre los hablantes de español, especialmente en comparación con otras lenguas como el inglés. ¿Cuáles son las razones desde un plano lingüístico?
El sistema flexivo del género del español funciona, principalmente, a través de los morfemas “o” y “a” para masculino o femenino respectivamente, además de existir palabras marcadas intrínsecamente como “papá”o “mamá”. La inclusión de un morfema ajeno a este sistema gramatical plantea una serie clara de problemas para que los hablantes se adapten a una variación que ha sido históricamente ajena a la gramática de su lengua y, por tanto, que lo integren naturalmente en su habla diaria. En comparación con el inglés, donde el sistema de género está formado únicamente por los pronombres y además existe un pronombre específicamente para el neutro, lo cual facilita que los hablantes se adapten, pues es una opción que no les era ajena.
La conclusión es que, aunque nuestra gramática claramente lo dificulta, hay una serie de hablantes que se adaptan a estas variaciones tan necesarias para ciertos colectivos vulnerables. Pero la decisión final es del consenso de los hablantes, es decir, la decisión final te corresponde a ti, querido hablante, la lengua es tuya, ¡juega con ella!
Así pues, el debate está servido.