Aquellos que lleven algunos años en debate probablemente recuerden aquel “mejor orador”, un único galardón individual que se otorgaba al debatiente más brillante o espectacular del torneo. Con el tiempo, no solo este premio ha ido cogiendo prestigio y se ha vuelto más prestigioso, sino que han ido apareciendo reconocimientos posición por posición. El debate que surge en este contexto es si estos sirven para incentivar y dar un pequeño empujón a los debatientes a seguir progresando o si por el contrario quitan el foco de la figura colectiva.
Existen varias razones por las que empezamos a debatir: porque buscamos un desarrollo intelectual, porque nuestros amigos o profesores nos animan a apuntarnos o por cuestiones curriculares. Es muy atractivo para las empresas que un candidato haya participado en este tipo de actividades, sobre todo por la buena imagen que tiene el debate. Los conceptos que se asocian desde fuera son tener espíritu crítico, ser capaz de transmitir y saber comunicar. Destacar individualmente, sin depender del resultado de tu equipo, te da más oportunidades de poder tener un premio, y que el premio lleve sola y únicamente tu nombre y apellidos puede ser más llamativo para lo que antes comentábamos. Además, estos premios no solo influyen en tu palmarés, sino que a nivel personal puede ser ese empujón a que tu autoestima se vea reforzada, algo que te recuerda que lo estás haciendo bien.
Entonces, ¿cuál es el problema? ¿Si tantos beneficios tienen los premios individuales por qué os estoy hablando de ellos? Pues el problema no es más que lo que sacrificamos para obtener su parte positiva. El precio de ello radica en un menor impacto del equipo ganador. Antes ya existían formas de destacar a nivel individual en las competiciones, pero la manera de obtener el mayor impacto mediático era mediante los logros colectivos. Así, bien porque se tenía un gran sentimiento de equipo o bien por intereses propios y personales, se trabajaba siempre para que el desempeño del equipo fuera lo mejor posible. Ahora uno puede volver a enfocarse y preocuparse únicamente por su desempeño individual, por ser más vistoso y memorable, incluso quizá a coste de estrategia grupal porque crees que ese sacrificio te facilitará llegar a ese premio individual. Hasta se llega al punto de competir contra tus compañeros en vez de con ellos y no alegrarte de si hacen un buen turno porque eso significa que pueden sacarte la mención a mejor orador de esa ronda.
En última instancia, ¿estamos realmente generando un justo reconocimiento o, por la contra, un auge del individualismo?
Así pues, el debate está servido.