La ‘Europa de las dos velocidades’: ¿un modelo para la UE o reconocimiento de su fracaso político?

Hoy, Adrián Veiguela Meignen, graduado en Relaciones Internacionales y miembro del Club de Debate de la Universidad Rey Juan Carlos, nos sirve un debate que, pesé a antojarse lejano, nos toca a todos directamente.
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El proceso de toma de decisiones de la Unión Europea requiere de un alto grado de entendimiento entre los países miembros, especialmente en materias que deban tomarse por unanimidad o consenso. La falta de este ha dado lugar a que surja el concepto de la ‘Europa de las dos velocidades’. Esta se podría definir como que algunos Estados puedan perseguir una mayor integración entre ellos, mientras que otros deciden ir más despacio en la adopción de políticas comunitarias. Es decir, cada uno decide qué políticas adoptar y a qué velocidad hacerlo.

Ciertos elementos del marco político y jurídico de la UE abren la puerta a una integración diferenciada entre sus Estados miembros. Así, el Tratado de Ámsterdam de 1999 establece un mecanismo de cooperación reforzada, de forma que al menos nueve países puedan avanzar en la configuración de diferentes políticas. Asimismo, el Tratado de Lisboa de 2009 introduce la posibilidad de una Cooperación Estructurada Permanente (PESCO) en materias de defensa.

La configuración de la UE como una organización que funciona a varias velocidades puede permitir que esta avance en su integración a pesar del bloqueo por parte de algunos países. Además, una Europa a varias velocidades sería reconocer la realidad, pues la UE ya funciona en algunos aspectos de esta manera. Así, el Euro, el cual no fue adoptado por todos los países, o el espacio Schengen; representa ejemplo de este modelo que perduran en la actualidad. Pero, sobre todo, serviría para aceptar que las economías de los países comunitarios no se mueven todas a la misma velocidad, por lo que permitir que algunos adopten políticas mientras que otros puedan adherirse a ellas cuando estén preparados podría ser fructífero para la Unión. Incluso, podría servir para que la Unión Europa se permita una mayor ampliación, al tener los nuevos miembros más tiempo para adaptar sus economías al marco comunitario. 

Sin embargo, este modelo ahondaría más en las divisiones dentro la UE. La clasificación en países de primera, segunda o tercera, en función de su capacidad de adoptar políticas, iría en contra del funcionamiento y los pilares de la Unión. Unido a esto, también podría ocasionar que las economías más fuertes, especialmente Francia y Alemania, dominen el proceso de integración en detrimento de la capacidad de acción y decisión de otros países. Únicamente con que otros lo perciban de esta manera ya contribuiría a la creación de bloques enfrentados en seno de la UE. Además, haría aún más complejo el funcionamiento de la Unión, diferenciado entre grupos de países con distintos grados de integración. 

‘La Europa de las dos velocidades’ surge como respuesta al estancamiento y paralización de la Unión Europea en la toma de decisiones. Adoptar este modelo le permitiría avanzar en su integración y adopción de políticas. Pero, por otro lado, podría ahondar más en las fracturas internas, reconociendo su fracaso como modelo político basado en el consenso y los acuerdos conjuntos.

Así pues, el debate está servido.

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