La pandemia y su impacto psicológico en la población juvenil.

La pandemia nos ha afectado a todos y ha puesto de relieve la necesidad de hablar de salud mental y bienestar psicológico. Por ello, Consolación Pineda Galán, Dra. Psicología en Inteligencia Emocional y Profesora Titular de Fisioterapia en la Universidad de Málaga, nos invita a pararnos un momento y reflexionar acerca de las consecuencias que la ya normalizada pandemia ha tenido en la salud de la población joven.
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La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la adolescencia como aquel período de crecimiento y desarrollo humano que se produce después de la niñez y antes de la edad adulta, entre los 10 y 19 años (OMS, 20220). Este periodo de la vida, que de por sí implica ciertas complicaciones, al ser combinado con un estado de confinamiento puede derivar en consecuencias negativas como es el caso de la ansiedad.

El 11 de marzo de 2020 la Organización Mundial de la Salud, debido a la alta incidencia de casos, tuvo que calificar a la COVID-19 como pandemia, provocando que tres días más tarde, el 14 de marzo de 2020, el Gobierno de España tuviera que aprobar un Real Decreto (RD 463/2020) declarando el Estado de alarma. Todo ello con el objetivo de proteger de la manera más efectiva a toda la ciudadanía, así como evitar que la enfermedad se pudiera propagar rápidamente por toda la población.

El confinamiento provocó que la vida de cualquier ciudadano se viera alterada en todos los contextos de su rutina y más específicamente en el plano psicológico. Si tenemos en cuenta la importancia de esta alteración en todas las personas, concretamente, aún es más importante en la infancia, adolescencia y en los jóvenes pues se encuentran en una etapa de cambio y evolución, inmersos en la búsqueda de su identidad y de desarrollo social propio. Se ha demostrado (Orgiles et al 2020) como la pandemia ha influido en el aumento de estrés y ansiedad en los adolescentes, así como en su estado emocional, predominando el enfado, el nerviosismo, la irascibilidad y la tristeza (Tiwari et al, 2020). Por lo tanto, podemos decir que la salud mental de los adolescentes y jóvenes se ha visto alterada por el impacto de la Covid-19 y su consecuente confinamiento, siendo este y sus medidas limitativas las causas directas de tal alteración psicológica.

El estado emocional ante la incertidumbre de una situación como el confinamiento ha dado lugar a que se desencadenen alteraciones afectivo-emocionales, así como gran desasosiego y ansiedad ante un futuro incierto, y que se percibía, y se percibe, como amenazante e indefinido. El ser humano es un ser social y de un día para otro se vio privado de estas actividades sociales, hábitos diarios, e incluso sufrió de aislamientos en el caso de ser positivo en las pruebas de la Covid-19. Todo ello unido a la necesidad de conocer y controlar lo mejor posible nuestro entorno, deriva en cuadros de estrés y miedo cuando percibimos dicho descontrol o incertidumbre (Brooks et al, 2020).

La estrecha relación entre el miedo y la predisposición a padecer trastornos de ansiedad y la depresión está demostrada en diversos estudios, (Oppedal e Idsoe, 2012; Rodríguez- Hernández et al., 2014; Sandín et al., 1998; Valiente et al., 2003). De hecho, los adolescentes y los jóvenes durante el confinamiento y las épocas más duras de la pandemia, y el escaso conocimiento del mencionado virus, el miedo a contagiarse, a contagiar a sus familiares y el no saber si iban a perder a un familiar, acentuaba aún más la afectación psico-emocional de los jóvenes. Diversos autores concluyen que la pandemia ha influido a gran escala en el plano psicológico de los adolescentes y más concretamente en su estado emocional, ya que se autoperciben más nerviosos y la calidad del sueño y de concentración han disminuido notablemente. (Muelas, 2021).

Un estudio realizado por UNICEF (UNICEF, 2020) con 8.444 adolescentes y jóvenes entre 13 y 29 años en nueves países, analiza la salud mental de los primeros meses de pandemia en esta población, así como posteriormente en septiembre. Entre los participantes el 27% indicó sentir ansiedad y el 15% depresión. Un 46% mostraba menos motivación para realizar actividades que normalmente disfrutaba y un 36% se siente menos motivada para realizar actividades habituales. Esto se traduce en que 1 de cada 2 jóvenes siente menos motivación para realizar actividades que normalmente disfruta.

Otro aspecto a destacar y enlazándolo con la ansiedad, es la percepción sobre el futuro, y que podría explicar el aumento de ansiedad en los adolescentes y jóvenes. “La ansiedad es una emoción negativa que se vive como amenaza, como anticipación, cargada de malos presagios de tonos difusos, desdibujados, poco claros” (Rojas, 2014). Y la percepción sobre el futuro de los jóvenes durante y tras la pandemia, según UNICEF, es de sentirse muy pesimistas y, más concretamente, un 43% de las mujeres y un 31% de los hombres participantes indican tener esta perspectiva pesimista del futuro.

La incertidumbre de no saber que pasará, el temor a contagiarse, el pasar tanto tiempo en casa y tener pocas opciones de distracción, más allá de las redes sociales, son algunas de las causas que pueden generar ansiedad en nuestros jóvenes.

Hemos de tener en cuenta que, según el Instituto Nacional de la Salud, (INS) ya existía una incidencia de 1 de cada 3 adolescentes entre las edades de 13 y 18 que podían tener un trastorno de ansiedad entre los años 2007 y 2012, aumentando ésta un 20%. De modo que, si sumamos a las estadísticas anteriores, los efectos de la pandemia, quizás podamos responder a las preguntas tan alarmantes que surgen actualmente sobre la salud mental de la población juvenil con respecto a la ansiedad.

En una sociedad tan globalizada, con tantas posibilidades de información y vías de comunicación, el 73% de los jóvenes reconoció que necesitaba ayuda, sin embargo, el 40% no lo hizo. Es decir 3 de cada 4 jóvenes han sentido la necesidad de pedir ayuda en relación a su bienestar físico y mental, pero solo 2 de cada 5 lo ha hecho. ¿Qué estamos haciendo mal como sociedad? ¿Hay otros factores anteriores a la Pandemia que ya influían en esta presión/ansiedad, falta de motivación e incapacidad de pedir ayuda?

Quizás las altas expectativas y presión por alcanzar el éxito que sienten los jóvenes de hoy desde, me atrevería a decir, la infancia, son mayores que en generaciones anteriores. De hecho, en una encuesta elaborada por Instituto de Investigación de Educación Superior en 2016 se preguntó si se sentían abrumados frente a la presión y trabajo a realizar, y el 41% contestó que sí, ya en 2016, frente al 28% de 2000 y el 18% en 1985.

Debemos educar en valores como el esfuerzo y trabajo, pero quizás para una sociedad tan competitiva, cambiante, y tras los grandes acontecimientos a los que nos hemos visto sometidos (confinamiento, muerte, guerras…) es necesario una educación emocional, que no es terapia, es educación; para que los niños, adolescentes y jóvenes aprendan, entiendan, integren y regulen las emociones (Gutiérrez 2022). Esto les permitiría regular lo que sienten ante factores como la presión (altas expectativas y presión por alcanzar el éxito, un mundo atemorizante y amenazador, redes sociales…) que da lugar al desarrollo de la ansiedad, o miedo imaginario, miedo al futuro… o a una generación de cristal (se rompen con facilidad). Las emociones no pueden evitarse. Además, el miedo es una de las cuatro más importantes, junto a la tristeza y la ira, por lo que es muy importante saber regularlas para que no sean ellas las que controlen los pensamientos y la manera de afrontar la vida.

Es curioso cómo se ha normalizado la frase “me dan ataques de ansiedad” en los jóvenes, llama poderosamente la atención como han normalizado este estado de miedo, nerviosismo, de falta de control emocional, y no se haya normalizado el pedir ayuda para tener herramientas que ayuden a gestionar las emociones.

¿Qué podemos hacer, además de pedir ayuda profesional, para disminuir estos niveles de ansiedad como padres, profesores, educadores o personas que nos relacionamos con adolescentes y jóvenes?

Es muy importante hablar con ellos intentado hacerles ver los estímulos estresores que le ocasionan presión, miedo y ansiedad, así como explicarles cual es la perspectiva real y ayudarles a gestionar la situación lo mejor posible.

La presión derivada de altas expectativas de éxito. Desde la infancia debe ser entendida como una ayuda para que los niños y jóvenes alcancen su potencial, pero siendo muy realistas y recordando que deben tener tiempo para otras actividades muy importantes también para su desarrollo psicológico, como el juego, pasar tiempo con los amigos….

Como herramientas muy básicas de regulación emocional, que eviten llegar a niveles de ansiedad patológicos, podríamos recomendar, además de ayuda profesional, el deporte. Este da seguridad y ayuda a mantener una perspectiva más real así como no alimentar el miedo imaginario, miedo al futuro…

Otras herramientas básicas, son favorecer actividades en grupo que promuevan el humor y la sonrisa, que ayuden a relajar el estado de nerviosismo que puede generar el miedo continuo al futuro. Ante enfados y situaciones de ira, podemos ayudar intentando preguntar y analizar la situación que ha provocado esta ira y haciéndoles ver qué es lo que realmente le parece mal o injusto y de nuevo poner en perspectiva el problema para conocer el origen real.

No obstante, hay jóvenes y adolescentes que durante la pandemia encontraron recursos como la lectura, la escritura, el deporte, el autoconocimiento, y muchas otras herramientas que les ayudaron como estrategias de afrontamiento y resiliencia ante la pandemia.

Por ello, sería muy interesante que se estableciera una educación emocional, basada en el desarrollo de la inteligencia emocional y específicamente en la regulación emocional desde la infancia, en la adolescencia y juventud, adaptándola al desarrollo, evolución y necesidades de cada etapa vital.

Quizás si toda esta educación emocional se hubiera realizado, el incremento de jóvenes y adolescentes con niveles de ansiedad altos, no sería el que tenemos hoy en día tras la pandemia. Debemos educar a generaciones que sepan adaptarse y afrontar situaciones graves, sin poner en riesgo su salud psicológica, y que sepan levantarse y aprender tras los fracasos, así como valorar los éxitos en su justa medida. Sortear nuevos retos, fomentar estrategias de superación, y destrezas como la resiliencia, facilita la adaptación y enfrentamiento a la adversidad.

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