Recientemente, un sitio web ha comenzado a atraer la atención de los usuarios. No era una página innovadora: existen miles igual, más usadas y más conocidas. ¿Por qué, entonces, saltó a la prominencia? Su fama se debe al tipo de contenidos predominantes en la plataforma: contenidos eróticos, ofrecidos, sobre todo, por mujeres, a cambio de una “propina”, única o mensual.
La popularización de esta plataforma es tan solo un ejemplo de muchos. Cada vez más, las mujeres se sienten más cómodas subiendo contenido erótico, o simplemente fotos más atrevidas, a las redes sociales, para el agrado, o disgusto, de sus seguidores. Muchas no lo hacen por remuneración. En sus hashtags, vemos constantemente las mismas frases: “mi cuerpo es mío”, “es solo cuerpo”, “reivindicación”. Pero, ¿cuáles son las raíces de esta tendencia?
No cabe duda de que la sexualidad de la mujer había sido (y, en muchos casos, sigue siendo) un tema tabú. La mayor virtud de una mujer era su castidad; su mayor pecado, la “deshonra” que conllevaba el sexo. Esta visión de la sexualidad femenina está tan profundamente arraigada en nuestro imaginario colectivo que ni siquiera nos damos cuenta de ello. Son las villanas fílmicas con vestuarios provocativos en oposición a la protagonista “pura”; son el miedo de hablar sobre la menstruación; son el desprecio hacia las mujeres abusadas porque “lo has buscado con tu comportamiento.”
En este contexto, el cuerpo se convierte en un poderoso arma, una herramienta de reclamación y empoderamiento, que durante tantos siglos se nos negaba. Es un medio, y el mensaje que transmite es alto y claro: “es mío, y de nadie más.” Desnudo, en lencería o cubierto de pies a cabeza; obedeciendo a cánones de belleza o yendo radicalmente en contra de los mismos. Es una forma de mostrar al mundo que la sexualidad de nuestros cuerpos nos pertenece a nosotras.
Sin embargo, debemos preguntarnos: ¿servimos realmente a la causa? ¿O seguimos, de alguna forma, tratando de complacer algo que tanto deseábamos derrumbar?
Cuando una modelo hace, a cambio de dinero, lo que le piden sus suscriptores, no alaba su cuerpo, sino obedece a las demandas y miradas de unos consumidores por otro lado de la pantalla. Cuando una “stripfluencer”, o influencer de estriptís, muestra al mundo el dinero que recaude con sus videos y fotos, y anima a las chicas a hacer lo mismo, dice: “Seáis como seáis, habrá un hombre que querrá pagar verlas.” En esta frase, no hay reivindicación. No hay lucha. No hay reclamación del cuerpo y de sexualidad propia. La mujer se convierte, una vez más, en una mercancía. Sigue buscando lo mismo: la validación, una confirmación de que sigue pudiendo servir a un hombre. El lema de libre sexualidad se vuelve a torcer para agradar el mismo público del que tanto queríamos escapar.
El hilo rojo en este asunto es simple, y a la vez increíblemente complejo: ¿cómo distinguimos cuándo es una lucha verídica y beneficiosa a la causa, y cuándo es un intento de apropiarse algo femenino, ligarlo de nuevo al placer de los hombres?
Así pues, el debate está servido.