¿Son reversibles las consecuencias del cambio climático?

A día de hoy se sufren algunas consecuencias derivadas del cambio climático, pero traemos a debate la posibilidad de revertirlas con Isabel Romero Navas, alumna de Derecho español e inglés en la UMA y becaria de apoyo a la docencia en inglés en el departamento de Derecho Constitucional de la UMA.
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El cambio climático antropogénico es un fenómeno relativamente reciente que nos ha convertido en el primer animal capaz de poner en jaque al resto de la vida terrestre. Las alteraciones periódicas en la distribución de los patrones del clima suponían un proceso paulatino que, hasta hace dos siglos, se producía únicamente como resultado de factores naturales como erupciones volcánicas o tormentas solares. Sin embargo, el desarrollo tecnológico industrial y otras acciones del ser humano contemporáneo están contribuyendo al calentamiento del planeta, sumándose al cambio climático natural el cambio climático generado por el hombre, esto es, el antropogénico, siendo este último mucho más rápido. En efecto, el IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change), máxima autoridad en la materia, asegura que somos la primera generación que sufrirá en sus carnes los efectos del calentamiento global. 
El aumento desenfrenado de la temperatura superficial del planeta es la principal y más evidente consecuencia del cambio climático, el cual lleva desarrollándose exponencialmente desde la primera Revolución Industrial marcada por la invención de la máquina de vapor a finales del S.XIX. Difícilmente hubiera podido imaginar entonces James Watt que su gran invento terminaría gestando una espada de Damocles de dimensiones planetarias que pendería asesina sobre toda la raza humana.
Por tanto, asumiendo la realidad y la peligrosidad del fenómeno, algo que la comunidad científica prácticamente en su totalidad acepta pacíficamente, debemos plantearnos si es posible revertir las consecuencias de un fenómeno de tales dimensiones y, en su caso, cómo hacerlo; o, si por el contrario, la única solución posible es dejar de contribuir pero sin ser subsanable el daño ya causado. 
En primer lugar, y aunque parezca sorprendente, hay científicos que aseguran que la acción humana frente al cambio climático es innecesaria, debido a que el clima se autorregula. Los defensores de esta teoría se basan principalmente en los cambios en las radiaciones solares. El Sol sufre periodos más “fríos” en los que sus emisiones disminuyen y, por tanto, con su llegada, el cambio climático antropogénico se vería compensado. En otras palabras, la Tierra por sí sola será capaz de asimilar el aumento de la temperatura producido por los gases efecto invernadero cuando comience un periodo de bajas radiaciones solares. En la misma línea, también hay quienes defienden que si eliminaremos o redujeramos drásticamente nuestro consumo de combustibles fósiles, en pro de energías más limpias, el ciclo del carbono, mediante el cual el CO2 atmosférico vuelve a la tierra a través de la fotosíntesis, terminaría limpiando el exceso de esta sustancia en nuestra atmósfera. Para acelerar esta absorción natural, el freno de la deforestación y la recuperación de espacios verdes jugaría un papel crucial.
Sin embargo, estos procesos naturales de regulación climática son extremadamente paulatinos y, en contraposición, el desarrollo tecnológico se está acelerando vertiginosamente, haciendo difícil que la compensación natural sea una solución viable. Tampoco parece razonable pensar que, dada la presión que actualmente ejercen los países exportadores de petróleo y la necesidad de mantener unos valores estables de dicha sustancia para la estabilidad del sistema económico mundial, entre otros factores, las energías renovables vayan a desplazar totalmente a los combustible fósiles en el corto-medio plazo. En este sentido, recordemos que en nuestro país hace tan solo unos pocos meses ha sido derogado en impuesto a las placas fotovoltaicas, popularmente conocido como “el impuesto al Sol”. Por otro lado, el aumento de la población hace que la superficie terrestre destinada a la agricultura, la ganadería y los propios asentamientos humanos sea cada vez mayor y, siendo el clima cada vez más hostil, no parece que la reforestación masiva vaya a producirse.
Por otro lado, hay quienes defienden que tanto la inacción como el dejar de contribuir no son suficientes, sino que el propio desarrollo tecnológico e industrial que ha generado el problema nos brindará la solución. En este sentido, países como Suiza o Islandia están trabajando en el desarrollo de este tipo de tecnología. Precisamente en este último, la empresa Carbfix ha conseguido fijar en rocas basálticas el 25% del dióxido de carbono procedente de la planta de energía geotermal de Hellisheidi, disolviendo el gas en agua dulce o salada, que se inyecta en las rocas, donde queda retenido. Por su parte, la compañía suiza Climeworks ha creado un sistema experimental a base de filtros que retienen las emisiones de carbono para posteriormente reconducirlas a invernaderos donde son asimiladas. El problema de este tipo de avances es que son muy costosos y escasamente rentables.
En consecuencia, debido principalmente a la complejidad del fenómeno, su rapidez, los interés políticos contrarios y la escasa rentabilidad de los métodos para combatirlo, muchos defienden que lo único que podemos hacer es mitigar nuestra contribución al fenómeno sin que su reversión total sea viable. El debate está servido.

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